jueves, 20 de marzo de 2008

SOSPECHA


Aquel día se despertó con una sensación húmeda sobre la frente: su esposa estaba depositando amorosamente sus labios allá donde hace años nacía su gracioso flequillo. Era un beso tan lento y tierno que se sobresaltó pues no sabía exactamente si ello implicaba otra cosa, el preámbulo de... bueno, Vds. ya me entienden.
Antes de que pudiera reaccionar y fijar la vista para leer el posible mensaje en el fondo de sus ojos oyó una voz que le obligaba a quedarse en la cama con una promesa: “Tú quietecito, que ahora mismo te traigo un café con tostadas como a ti te gustan”. La verdad es que a la voz no le captó ningún matiz irónico, es más, con un susurro puntualizó: “o si lo prefieres me acerco a por churros, cariño”.
¿Tendría fiebre su mujer? No había ido a por churros en su vida. Por otra parte cosa lógica, teniendo en cuenta que el kiosco más cercano estaba a dos kilómetros y medio de casa...

No había terminado de espabilarse cuando, una cara que le sonaba, asomó por la puerta del dormitorio. Cayó en la cuenta que aquel rostro pertenecía su hijo mayor: el gandul de 32 años que vivía en su casa y que pasaban semanas sin que se viesen, bien debido a sus horarios, bien por su trabajo o los estudios... Bueno, era un decir, porque tenía entendido que el hombrecito (término usado por su madre para referirse a esa criatura que le chupaba su sangre, su sueldo y la gasolina de su utilitario) el “hombrecito” repetía por segunda vez el primer curso de la cuarta carrera universitaria que cursaba. Bien, pues el tal vampiro treintañero le saludó con un “¡Buenos días, papá!” que le hizo saltar las lágrimas, y eso que no era muy propenso a ello.
Antes de que se diese cuenta alguien y que dedujeran en casa que ya estaba chocheando hizo como que buscaba algo entre las sábanas y, ocultando la cabeza con la colcha de la cama, respondió desde el fondo de la improvisada cueva protectora de sus emociones con un tembloroso “buenos… días….! ...ejem.”

Cuando su cabeza asomó de nuevo ojeó extrañado la habitación. Un intenso olor a café y a tostadas con mantequilla entraba por la puerta entreabierta. La boca se le empezó a hacer agua con ayuda de esos misteriosos resortes de las papilas degustativas. Se imaginó el pan... ya tostadito y crujiente... con la mantequilla semidesecha por el calor...

Aprovechando que nadie lo veía se pellizcó un brazo. Después una pierna. Y cuando lo estaba haciendo con el lado derecho de su cara por quinta vez una voz de pito con matices conocidos le traspasó el corazón: “Aquí te traigo todo”.
Se trataba de su hija quinceañera, la que hacía meses no le dirigía la palabra. Con razón le sonaba. Aunque consideró que la que en tiempos fué una vocecilla graciosa ahora estaba dando paso a un no se qué lleno de dudosas...cadencias.
La voz de pito, en parte por los cambios de la pubertad y en parte por el tabaco que le sisaba, salía de una hermosa boca cuyos labios estaban atravesados por un percing, como muestra de supuesta rebeldía ante el mundo enemigo de los mayores de los que el formaba ya -irremediablemente- parte.
Por encima de los labios maltratados y la naricilla unos ojos le miraban fijamente demandando una respuesta coherente: “Papi: tienes la cara toda señalada, ¿qué te ha pasado?”
Notó como, de nuevo, los ojos se le humedecían. Ha dicho “papi” –pensó- como cuando era una deliciosa niñita antes de convertirse en un monstruo egoísta, traspasado por agujas y anillos en todos los sitios posibles... “¿Es a mí, hija…?” –le preguntó- “Claro... pero cómete todo esto, papuchi. Y llámame si necesitas algo”.
No podía ser que su hijita hilvanase más de tres palabras seguidas con él... ¡si llevaba cuatro meses, nueve días y dieciséis horas sin hablarle!... En los últimos tiempos sólo conocía de ella los sonidos de “no”, “nunca” y “¿por qué?” y ahora le decía dos frases amables: una con siete palabras y la otra lo menos con nueve...
Era demasiado. ¡Ya está!: los champiñones de anoche estaban haciendo efecto. Los champiñones son al fin y al cabo setas pequeñitas y algunas de estas plantas son alucinógenas y....


La desconcertante mañana estaba transcurriendo maravillosamente. Ni un ruido se oía. Ni el desagradable y contínuo zumbido del móvil de la pequeña en las mañanas de los domingos. Ni la televisión a toda pastilla con los partidos de baloncesto matinales que tanto le gustaban a su hijo. Ni una sola bronca familiar. Ni...
Se había quedado en brazos de Morfeo de nuevo.
Es más, su mujer hasta entornó en algún momento la puerta para que dormitara todo lo que quisiera en esa mañana de ensueño. Incluso depositó sobre la mesilla de noche la interesante novela a medio leer que le había escondido hace meses como represalia –dijo- por no haberle arreglado el video. Junto a ella estaba también un vaso de zumo de naranja fresquito, un paquete enterito de tabaco y las llaves de su coche, cosas dejadas respectivamente por cada miembro familiar...

Eran cerca de las dos de la tarde y notó que su suegra, sorprendentemente, tampoco había llamado por teléfono para cotillear, criticar algo, o bien echarle en cara a su hija el haberse casado con un pasmarote en vez de con aquel otro pretendiente con tanto futuro del Banco Hipotecario.

Todo esto no era habitual. No lo comprendía. Iba contra natura. La lógica de las cosas no cambia tan bruscamente.
Él, que siempre admiró la figura bíblica del santo Job como héroe y paradigma de la paciencia... Él, que nunca se rebeló ante las muchas calamidades hogareñas... Él, ahora, tenía su recompensa por saber aguantar meses de incomprensión.
Su familia en pleno había visto la luz...
Al fin ellos se habían dado cuenta: ni él era el "pasmarote" que le atribuía su histérica suegra, ni el "negrero" con que le designaba su vago hijo, ni el “picoleto” guardián de su niña y, ni mucho menos, el “don nadie” que decía su esposa...
De ser un personaje histórico al que se debería parecer, más bien era a Mahatma Gandhi... Cierto que en un ámbito más sencillo, más familiar, más dominguero...

Porque era domingo. Domingo. De enero. Una fecha y una sospecha cruzaron rápidamente su mente: Domingo 6, Día de Reyes… .¡Ay, claro: los regalos…!


de Paco Córdoba