martes, 18 de marzo de 2008

PRIMERIZA

No durmió bien ese día. Y desde primera hora de la mañana ella se había encontrado algo rara. Ya al desayunar sus chiquillos se extrañaron que no les riñera por querer ver los dibujos de la tele. Tambien su marido se sorprendió que le dejara comerse todas las magdalenas que quisiera y sin decirle ni pío ni regañarle.
A media mañana, mientras bajaba las escaleras de casa camino de la compra sintió cómo ya le pesaban las piernas y se cansaba. Se dijo que no era vieja ni mucho menos, quizás tan solo una primeriza.
El caso es que, con la cabeza en otra parte, el del pescado le vendió todo lo que quiso y en el kiosco del periódico se extrañaron cuando –ella tan seria- la vieron llevarse varias revistas de cotilleos como si nada.
Ya en el almuerzo su comprensiva familia ni rechistó cuando les obligó a apurar a cada uno su plato de lentejas recalentadas. Ellos esperaban que pasara como fuese ya de una vez ese trago. No será para tanto, mujer, -le decía con sorna el pasmarote de su marido.
La verdad es que tenía la verdadera ilusión de toda primeriza. Su cuerpo no daba para más, ni sus piernas, ni sus manos, ni sus nervios, ni… Por fin llegaba la hora. Que pase todo ya de una puñetera vez, se decía.
Y de golpe todo pasó… más o menos a las cinco de la tarde.
Entonces la nueva alumna abrió la puerta de su clase del Centro de Educación Permanente de Adultos de Priego.

de Paco Córdoba