viernes, 28 de noviembre de 2008

AVISOS Y SEÑALES

Las hojas rotas yacían esparcidas por el suelo tras el último ataque de ira. Instantes después oyó el esperado portazo. La casa retembló. Notó que un silencio invadía todo y que se expandía poco a poco por la vivienda, cosa que, en su fuero interno, agradeció.
Permaneció quieta, sentada en la silla de la cocina, atontada, confusa y con la cara ardiéndole de la bofetada que le había propinado su marido.

Sorprendida y estupefacta, no tenía ni fuerzas para llorar. Además le zumbaba el oído izquierdo. Un simple libro había desencadenado hoy la madrugadora violencia de Julián antes de marcharse al trabajo.

Miraba las migas de pan extendidas sobre la mesa y la tostada apenas terminada, tirada también en el suelo junto a los pies del frigorífico y, contra costumbre, no se movió para recoger nada. Notó entonces una humedad en la manga y descubrió que la tenía empapada de café: Julián se lo había tirado encima y, de tan asustada que estaba de la mirada de ira que le lanzó, no se había dado ni cuenta.

Su mente vagó por los cambios que su vida estaba sufriendo. Nada era como ella había imaginado, a pesar de una serie de avisos.

Repasó las últimas semanas y se dió cuenta que la cosa iba a peor. Ella se dijo que aguantaba por consejo explícito de su madre: “ten paciencia, hija, Julián estará pasando una mala racha”. Pero no. No era una racha. Ni era solo por su madre. Ahora veía que la cosa venía de lejos.
Y hoy, ahora, por primera vez, le había puesto la mano encima. Le dolía la cara pero más aún que ni siquiera podía buscar consuelo en sus amigas. ¿Cuáles? Desde hace años no tenía verdaderamente ninguna; Julián se había encargado de ello. Desaparecieron casi sin darse cuenta.
Y amigos, amigos de verdad, apenas tuvo por los celos que en él despertaban y que ella -estúpidamente muy orgullosa- atribuía al gran cariño de su entonces novio.

Las primeras que perdió fueron las de su clase, con la excusa que era mejor salir solos. Luego, sus dos amigas de toda la vida, con las que gustaba tanto salir a bailar y que la enemistó con ellas: “son unas envidiosas porque tú te has casado y ellas aún no”.

Tuvo alguna esperanza cuando salieron unas tardes con los compañeros de trabajo de Julián y sus parejas. Ellas le parecieron algo sosas y apenas hablaban nada más que tonterías y cotilleos de revistas y, además, callaban cuando hablaban ellos. Sin embargo, tras varias citas del grupo, fué Julián quien alegó no salir más juntos pues se empeñó en que sus compañeros “le devoraban con la mirada” –eso dijo.
Lo recuerda perfectamente: aquella noche tuvieron una bronca mayúscula al llegar a casa y le gritó que ella había estado toda la tarde provocándolos y que eso no podía ser. Que era una golfa.

Sí: toda una serie de señales le estuvieron avisando y ella no les hizo caso. Atrapada concluyó que su mundo se estaba reduciendo a su casa, a pasar una y otra vez la bayeta y quitar el polvo, soñando la llegada de su esposo. ¿Tendría ella la culpa?
La verdad es que nunca le había gustado mucho estudiar ni había sido una estudiante de Graduado brillante. Ya lo decía Julián cuando la recogía a las puertas del instituto: “Sonia, tú no vales para esto mujer”. El insistía en que tenía un buen trabajo en el taller y que no necesitarían más dinero.
Quizás fueron varias causas juntas las que contribuyeron a dejar los estudios y decidirse a casarse rápido. De paso no oiría mas la cantinela de su padre que siempre que traía un suspenso le recalcaba que Julián era un buen partido y amenazaba con el consabido “como no espabiles te quedarás para vestir santos”. Sin embargo su madre callaba.

El caso es que, tras los escasos meses de casados, cada vez que ella tenía una iniciativa de estudiar algo, por mínima que fuera, siempre le quitaba Julián las ganas. Quiso aprender inglés en una academia y le dijo que eso sería tirar dinero pues “siempre había sido una inútil”.
Poco después no le dejó asistir gratuitamente a un curso de informática en el Centro de Educación Permanente de Adultos pues “eso no es para torpes” –matizó irónicamente- y que “¿para qué? si ni siquiera tenían ordenador”.
Temiendo una nueva negativa no había intentado nada nuevo con tal de evitar una bronca y la vergüenza por las voces que solo un pequeño proyecto suyo provocaba.
Se sentía triste, vacía, inútil, deprimida; notaba que la casa se le caía encima.
Y reconoció que ya no le quería.

Y lo peor es que tenía miedo. Le tenía miedo. Miedo a él. Miedo al que desde hace escasos meses era su marido. Miedo a su compañero. Miedo a Julián. Cayó en la cuenta que primero fue un miedo difuso a su mirada pero ahora el miedo se concretaba en sus -como él los llamaba pidiéndole perdón- prontos explosivos. ¿Cómo había llegado a eso?

Miró con desgana las hojas esparcidas en el suelo. Julián había destrozado las hojas del libro con que la había descubierto: un simple Manual de Tráfico. El había intuido “otro estúpido proyecto” suyo –como siempre los denominaba. Unos cuantos dibujos resaltaban a todo color: eran las triangulares que señalan peligro. Peligro...
Era una señal: hasta aquellos papeles se lo decían.

Entonces lentamente se levantó. Su vida era una mierda. Así no podía seguir. Nunca más. Y decidió terminar.

En el fregadero las tijeras de cortar pescado le llamaban. Las cogió. Decidió hacer uso de ellas con pulso firme, despacito. Seguro que a ella no le dolería tanto como a él.

Sonia se fué. Como despedida solo dejó un escrito en un papel.


………


Al anochecer de ese mismo día Julián entró en la silenciosa casa y se encaminó a la cocina. Abrió la puerta y, sorprendido por el desorden, notó que le volvía de nuevo la ira. Llamó varias veces a gritos a Sonia sin obtener contestación. A gritos le exigía que limpiara y le pusiera la cena, como todos los días.

Seguía maldiciéndole en voz alta cuando vió algo rojo sobre el fondo blanco de la mesa.

En un STOP enmarcado en un triángulo rojo, pulcramente recortado y del tamaño de media página, Sonia había escrito: “DE AQUÍ NO PASO. Me marcho, he llegado demasiado lejos. Pienso sacarme el carnet de conducir. Y te aseguro que volveré a estudiar”.

sábado, 22 de noviembre de 2008

OLVIDOS

La idea que hace años me llevé de ella es que era una persona insegura. No es que estuviéramos juntos mucho tiempo, no. Apenas un mes y unas cuantas semanas, no más. Pero yo llegué a conocerla bien. Y ella en cambio a mí, no. Como toda relación la nuestra tuvo sus altibajos y eso a pesar que nos veíamos todas las noches un par de horas.

Dije que ella era una persona insegura pues cuando me conoció acababa de cumplir los 18. Lo sé porque cuando nos vimos por primera vez fué con motivo de su cumpleaños. Recalco lo de insegura e inmadura pues cambiaba a menudo de opinión y se dejaba influir por cualquiera. Y así nos fue.

Lo de insegura era propio de la edad y se veía a la legua: ella era unas veces morena y otras veces rubia, unas con pircings y otras sin ellos. Y físicamente, en conjunto -la verdad- más bien normalita, del montón. Pero reconozco que en esa edad, para los jóvenes, el físico es muy importante.
Y no es que yo fuera en eso especialmente gran cosa. Pareció no importarle que fuera serio pero... lo que nunca aguantó es que yo fuera gordo. No, nunca me lo dijo directamente pero cuando hablaba con sus amigas algunas veces se lo oí comentar. Creo que aquello en el fondo le afectaba pues en su inmadurez nunca captó del todo mi interior.

Enfín, suena a excusa, pero siempre intuí que mi físico incluso le echaba para atrás. Ahora que lo pienso... creo que siempre me trató bruscamente... y con algo de desdén. Y siempre tenía prisa. Conmigo. Siempre. De todas formas, cuando la cosa acabó, cuando me abandonó por otro, yo siempre conservé alguna esperanza. Pero, con el paso de los años, estoy seguro que me olvidó.

En el fondo siempre hemos estado cerca pero ella nunca me volvió a ver. En cambio yo la he visto casi a diario pasar con otros. Pero no me importa: no me considero exclusivo, lo entiendo. Y también he visto cómo crecía y se hacía mujer. Yo, al cabo de los años, básicamente sigo siendo el mismo. Más viejo, claro, pero con las mismas ideas. Ella sin embargo está cada vez más guapa. E intuyo que también ha madurado.
¡Ah!.. Siempre me gustaron sus manos y sus ojos.

Han sido precisamente sus ojos los que hoy, por sorpresa, se han fijado de nuevo en mí. Creo que me ha reconocido y se ha acercado. Yo como costumbre me he quedado quieto pues soy así. Sonriendo ha extendido sus manos y me ha cogido.

Hoy me ha sacado de nuevo de la estantería de su biblioteca. La cosa promete.

jueves, 20 de noviembre de 2008

RELACIONES CORTAS

La conocí hace unas semanas y desde entonces siempre anduvimos juntos como si nada. Pregunté a mis compañeros más cercanos si su comportamiento era el normal y me dijeron que tuviera paciencia, que fuera comprensivo, que llegaría a conocer sus labios incluso pues habían observado cómo miraba a otros. No me podía creer que ella rebosara deseo y no supe si ellos me lo decían simplemente para animarme.

Últimamente me rozó varias veces con sus finos dedos pero, tras unos segundos de duda, continuó como si nada. Es precisamente ese anormal comportamiento suyo el que me ponía nervioso. Ya nos había pasado varias veces y lo cierto es que yo secretamente, cada vez más, deseaba su cercanía, su proximidad. Estas situaciones absurdas se repetían normalmente al salir juntos de clase.
Digo que se repetían… hasta hoy.

Hoy, al anochecer y salir de Secundaria la encontré algo nerviosa pero intuí por sus movimientos que ella ya se había decidido al fin. Y así fué. Y quizás en el lugar menos indicado. Y a la vista de todos: ¡en la calle! Quién lo diría. Me sentí orgulloso.
Hoy, ella, tras mirarme de una forma especial y apretarme, me acercó bruscamente a sus labios. Y me sonrió. Un rubor me invadió y me sentí arder.

Me tachareis de misógino o machista, pero con las mujeres ya se sabe: cambian pronto de parecer. Os diré que estoy quemado, consumido y que si a eso se redujo nuestra más íntima relación puede decirse que fue corta, muy corta.

Vergüenza me da contaros que, tras un rato de hablar ella sola, me dejó allí tirado. Y llamándome colilla de mierda. Como lo que soy.

domingo, 19 de octubre de 2008

EL MOTÍN

Aquel día amaneció nublado por el horizonte. Espesas nubes grises cargadas de agua indicaban el cambio definitivo de estación. A su fino olfato llegó un lejano y fresco olor como a tierra mojada que un malestar de huesos confirmó de inmediato. Pensó que ese viento de levante presagiaba unas horas de travesía muy duras amarrado al -como él denominaba- duro banco de trabajo y que sus articulaciones se resentirían.
El llevaba días diciendo a sus compañeros que había que tomar la iniciativa frente a tantas arbitrariedades. A estas alturas a la mayoría los tenía convencidos y los escasos indecisos restantes se sumarían después sin problemas.
Porque de hoy no pasaba. Hoy debería ser la maniobra tantas veces pospuesta. Hoy era cuando había que armarse de valor y hacer volcar la situación. Hoy, costase lo que costase, había que pasar a la acción.
Y el era el designado.
Pese a todo no estaba seguro del apoyo de los demás cuando, si la cosa se torciese, rodaran cabezas. A buen seguro que la suya sería la primera. Pero el era hombre de palabra y pelo en el pecho. Y con agilidad suficiente para afrontar la empresa. Sus largos meses el alta mar pasados y su experiencia –de la que presumía- le decían que no había que dejar que la palabra dada se pudriese.
Hoy pues tomaría las riendas de aquella larga nave a la deriva y llena de compañeros que sufrían la falta de iniciativa del ingénuo que creía que la gobernaba y llevaba el timón. En juego estaba la salud de todos y, quien sabe si hasta la vida.

Cuando arribó descubrió desagradablemente que la cubierta había sido limpiada hace poco y que aún no se había secado debido a la humedad reinante. Chasqueó la lengua como viejo lobo de mar que se creía y maldijo por lo bajo aquel contratiempo que haría aumentar, sin duda, el peligro de la empresa pues no estaba su cuerpo para caídas y las preguntas posteriores, de difícil respuesta, en el muy presumible interrogatorio.
Pero no había dejado nada a la improvisación y alejó malos augurios. Sabía que disponía de tiempo suficiente y donde se guardaba el tesoro. Giró en silencio a babor pegado a las paredes y abrió una puerta vieja y disimulada en una esquina. Dentro, tras una mampara estaba su objetivo: eran pesadas y algo grandes cuales arcas antiguas de piratas.
Iba a llevarse dos, pero acordándose del número de sus compañeros, decidió llevarse una más por aquello de la solidaridad que existía entre corsarios y piratas, y había leído no sabía donde. Penosamente, con cuidado y algún crujido, una a una arrastró las tres.

Los hechos estaban consumados, no había vuelta atrás: las tres relucientes estufas estaban ya en medio de la clase y el caluroso del maestro segurísimo que interpretaba aquello como un motín. Y lo malo es que preguntaría quién era el jefe.

domingo, 14 de septiembre de 2008

CLIMA

Caían ya chuzos de punta y el maestro miraba con asombro la ventana que tenía justo enfrente.
Oía aquel monótono y sempiterno run-run que rebotaba contra los cristales y que desde hacía semanas había ya olvidado.
Alguien levantó un poco más la voz para hacerse oír a pesar que estaban solo a mediados de septiembre.
Pensó que además aquella sala era demasiado pequeña para tanta gente y que el ambiente siempre agobiaba. Encima
, no le dejaban hablar de sus proyectos.
Notó que la tensión eléctrica avisaba que se acercaba una buena tormenta, aunque a nadie parecía importarle. Se dijo que era raro que el clima se modificara tan pronto después del verano. Lo normal era en torno a diciembre o así. Sonrió al pensar que aquello tan manido del cambio climático también les había alcanzado.
Alguien se levantó sacándole del ensimismamiento al dar un golpe cerrando la ventana bruscamente y le echó en cara su sonrisa. Aquello le llegó al alma pues pareció certificar definitivamente el fin de sus vacaciones.
Hoy le tocaría esperar que escampase si no quería ponerse malo desde el principio.
Caían ya chuzos de punta y arreció la tormenta en aquella primera reunión de curso con sus compañeros. Se estropeó el tiempo –dijo.

miércoles, 30 de abril de 2008

PALÍNDROMOS EN CLASE

Muchos de mis alumnos son producto de un milagro:
Aunque a primera vista son veinteañeros y con una madurez presumiblemente afianzada.

Sin embargo, como ignoran gran parte de los conocimientos básicos necesarios, se pasan los primeros días del curso aprendiendo lo que ya deberían dominar.

Con el paso de las semanas la mayoría des-maduran y rejuvenecen, convirtiéndose en muchachos y muchachas llenos de una vitalidad que inunda nuestras clases.

Cuando alcanzan ya el fin del primer trimestre, des-estudian y creen mayoritariamente en que determinados golpes de suerte les salvarán.

Meses más tarde esos alumnos des-juvenecen y alcanzan unos de los momentos más felices de sus vidas, especialmente con la llegada de la primavera en que, curiosamente -por empatía y simpatía- explosionan e ignoran obligaciones y hasta empiezan a faltar a clase cual niños que solo tontean y juegan.

Con el paso de las semanas, la mayoría des-infantilizan en una etapa posterior y en un proceso que se acelera vertiginosamente que suele desarrollarse a lo largo del tercer trimestre.

Después alcanzan plenamente la fase pseudo-natal durante la época estival en la que piden y exigen todo, dependiendo absolutamente de sus sorprendidos padres.

Sin embargo, como ignoran gran parte de los conocimientos básicos necesarios, se pasan los primeros días del verano aprendiendo lo que ya deberían dominar.

Aunque a primera vista son veinteañeros y con una madurez presumiblemente afianzada.
Y es que muchos de mis alumnos son producto de un milagro.

de Paco Cördoba

viernes, 25 de abril de 2008

ÚLTIMO SMS

Pp: uso l mvl xa dcrt ktdjo xq slo mjr. Toy knsda dtu krktr pro sl raldd. Bo kse mskp la vid kntgo. No ai + kdms? Xmi s + san str dnd kero. No kero + bss i skss. Kro bbr d otr mnr. L smn psd m sñlst l kr. Sl ultm b pp. Ers mxsta, rdinro i violnto. Kt agnt tu mdr. ¡¡Ktdn!!
Bai. NKRN



……


Pepe: uso el móvil para decirte que te dejo porque es lo mejor. Estoy cansada de tu carácter pero es la realidad. Veo que se me escapa la vida contigo. No hay más ¿quedamos? Para mi es más sano estar donde quiero. No quiero más besos y excusas. Quiero vivir de otra manera. La semana pasada me señalaste la cara. Es la última vez, Pepe. Eres machista, ordinario y también violento. Que te aguante tu madre. ¡¡Que te den!! Adiós. ENCARNA

martes, 22 de abril de 2008

TRUCOS CASEROS

La cosa estaba transcurriendo como siempre. La charla era la vigésimo tercera que efectuaba en aquella provincia por muy diferentes locales. Había estado en distintas Asociaciones de Vecinos, Hogares del Pensionista, Servicios Sociales de Ayuntamientos. Nada nuevo para un tipo tan desenvuelto como el. Pero en aquella ocasión era la primera vez que le habían llamado a través de una conocida, a un Centro de Educación Permanente de Adultos. Por ello se encontraba un poco nervioso. La conocida, maestra en el centro, le había insistido en que el tema a desarrollar fuera, ante todo, “cercano, visual y práctico” y “que no se aburriera la gente”. Y a ello estaba intentando aplicarse aquella tarde, especialmente, ante la multitud sentada mayoritariamente de señoras muy sospechosamente parecidas a su suegra.
Llevaba 20 minutos y deseaba terminar de una vez pues empezaba a ver ceños fruncidos y alguna que otra señora entrada en años dando una cabezadita aprovechando el video que durante unos minutos había proyectado. Por eso levantó la voz y teatralizando el gesto señaló hacia una mesa repleta de botes de distintos tamaños y diferentes telas manchadas. Intentaba, desde lo alto del entarimado, concluir su perorata sobre el “Hogar, ¿dulce hogar?” Hablando con voz grave recalcó que además de multitud de productos comerciales indicados para la limpieza de manchas específicas, existen muchos productos químicos con propiedades limpiadoras: acetona, agua oxigenada, aguarrás, amoniaco, benzol, esencia de trementina, lejía, sal, tetracloruro de carbono, talco, tricloretileno, aceite, agua, alquitrán… y alcohol.
Veamos unos ejemplos para terminar -dijo:
1.- Los cercos producidos por botellas y vasos se frotan con esencia de trementina mezclada con aceite de linaza y ya está. Solucionado.
Y mostrando dos vasos con marcas ante un salón abarrotado que parecía retomar la atención, las frotó, sonrió y desaparecieron.
2.- Para limpiar alfombras y moquetas háganlo con champú y si quedan cercos, froten con una esponja humedecida en vinagre blanco y alcohol a partes iguales. –Y señaló el bote
… pero seamos prácticos: si Vdes. no tienen uno a mano, usen una bebida de cierta graduación.
3.- Para remover el óxido en superficies cromadas, solo deben frotarlas con un trozo de papel de aluminio arrugado mojado en coca-cola y a los pocos minutos las manchas desaparecerán.
… pero mezclada con una ginebra como esta, es igual.
4.- Para desprender calcomanías, papel, goma o silicona adheridos a cualquier superficie de vidrio, apliquen la misma técnica anterior –y señaló el vaso.
… pero je, je, mezclado con este ron de caña andaluz está estupendo.
5.- Para limpiar los terminales de las baterías de los coches, viertan sobre ellos un poco de la marca americana anteriormente señalada y las burbujas se llevarán la corrosión.
… pero, pero, si la mezclan, mezclan con vodka ruso está güai, güai.
6.- Pa, para limpiar los paaaarabrisas de sus casas o el criiiistaaaal de la meeesa camilla….. digo, que el parabrisas de tu coche tambiennnn se limpia con lo anterior.
… pero con whisky escocés, ejem, está superiorrr.
7.- Pa desmanchar la taza del water basta sooooolo con vaciarle gran parte del contenido de una lata de la dichosa coca-cola y dejaaaaarla en reposo unos minutos, luego ¡cling! –y simuló que tiraba de la cadena de una imaginaria cisterna- dejas correr el agua, je, je, y mientras con los dos dedos…. que quedan en la lata…. me estoy liando… creo….
… pero loh meeeezclah con tintorro manchego y daaaaaá iguaá, iguaáiguaá…
8.- Paaaaa quitáhme la mona qu´ehtooooy piullandopillando, pol lamaníamanía deséhpráctico ynoaburríh, creo... será mmmmmejooooh... unabuena... ducha.
… peeeeero sid´agua frehquitafrehquita, mejóhmejóh. Múuuuuucho mejooooh...


de Paco Córdoba

jueves, 17 de abril de 2008

TRIBUNAL

Necesitaba ya de una vez aprobar aquellas oposiciones. Sabía que su futuro dependía de ellas. Su novia decía que con trabajos temporales del tres al cuarto que tenían los dos no se iba a ningún lado, y menos en estos tiempos de crisis. “Y que él, erre que erre, empeñado en ser maestro” -repetía. Ella no era consciente de su vocación y de la dificultad que para una persona tímida ese trámite significaba. La única verdad era que tenían sus años y que el tiempo pasaba. Mari Pili -su novia- ya le había dado un ultimátum: o aprobaba o ellos rompían. Y esta vez parece que iba en serio. Pero tanta presión le afectaba, no era buena, y la prueba de ello es que últimamente se encontraba más nervioso que de costumbre e incluso ella lo había notado: la última vez que discutieron le llamó neurótico. Siempre exageraba. Nervioso, sí. Como para no estarlo: era cierto que ahora se jugaba el todo por el todo. Se sentía El Llanero Solitario, solo ante el peligro. Le había pasado otras veces y no se acostumbraba: los nervios, los malditos nervios…

Cuando entró en la sala, al fondo divisó a 5 personas cómodamente parapetadas tras una mesa que le miraban. De una ojeada estudió al grupo y se hizo una idea de quienes tenía delante: tres mujeres y dos hombres, uno de ellos de cierta edad. De entre las mujeres una era una rubia teñida y malencarada; otra mayor, que se dedicaba a cambiar cosas de la mesa y la tercera, más joven, era la que le miraba más fijamente. Por el contrario los hombres adoptaban una imagen más neutra, quizás expectante: uno era de su generación, pero el de más edad fué el que le dirigió la palabra. Quizás fuera el presidente del Tribunal ya que le animó a hablar con “Joven, Vd. dirá…” Trató de serenarse y de recordar que Mari Pili le dijo que en media hora se verían y ya habría pasado el trago…
Respiró profundamente y empezó haciendo una introducción de la memorizada Programación. Justificó pedagógicamente la que había seleccionado y recitó de carrerilla la Fundamentación normativa en la que debía basarse, vinculando las Finalidades educativas que se perseguía. Esa parte requería un esfuerzo especial pues estaba llena de Leyes Orgánicas, Ordenes, Decretos y fechas fáciles de olvidar y confundir. Las dijo todas de un tirón en unos tres minutos ante las sonrisas –pensó un tanto forzadas- de sus anfitriones.
Pasó seguidamente a hablar del contexto educativo y del tipo de alumnado. Aquí adoptó y tono algo más calmado y próximo. Habló de la realidad del Centro y del entorno en donde se ubicaba. Se enrolló con las características de la escuela, los posibles alumnos y remachó la cháchara con una de sus joyas: la vinculación e integración con el Equipo de Coordinación de Planes que, evidentemente, causó el efecto esperado pues todos los de la mesa, a esas alturas, tenían cara de asombro.
Sin darles oportunidad de que le preguntasen pasó como un rayo a los Objetivos, Contenidos y Criterios de Evaluación, tratando de remarcar el enfoque globalizador de su programación. Había terminado con los Contenidos Conceptuales y trataba de no olvidar ninguno de los Procedimentales cuando se dio cuenta que el tribunal se removía nervioso. Calculó que solo llevaba diez minutos. La más joven le sonreía abiertamente pero los restantes miembros tenían cara ya de indignados. ¿Quizás había olvidado algo? ¿Qué error había cometido? Cuando inició los Contenidos Actitudinales aquellas personas empezaron a hablar entre ellas. El presidente bebió agua de un vaso que soltó sobre la mesa de golpe, violentamente. Trató de serenarse y comprender que era normal el cansancio y que por allí pasarían muchos como él y que quizás intercambiaban opiniones. El sabía que lo importante era no callarse, no perder el hilo… Tragó saliva y continuó.
Una sombra de duda, que rápidamente apartó, no le hizo detenerse. Alzando más la voz enumeró en un pis-pás las Unidades Didácticas de los diferentes trimestres, habló de los planes interculturales que tenía previstos –otra de sus joyas- y las pautas metodológicas a nivel de aula. En ello estaba cuando, mirando los rostros, trato de indagar algún signo a su favor, alguna señal, un movimiento de asentimiento, algo. No observó ninguno y empezó a tartamudear. Dejó después alguna que otra frase sin terminar. Notó ahora que sudaba, y tuvo la certeza que se estaba liando pues posiblemente estaba resultando un poco confuso ya que tres de los miembros se habían levantado repentinamente furiosos, increpándole algo que no logró entender y, para colmo, los restantes no disimulaban sus carcajadas. Aquello definitivamente lo hundió…

El estaba pidiéndoles que por favor le dejaran terminar, que lo tenía todo controlado, que se encontraba algo nervioso. Se humilló señalando que necesitaba aprobar, que hasta su novia le abandonaría, que le iba la vida en ello… Entonces es cuando, asombrosamente, apareció Mari Pili con una bandeja repleta de tazas de café preguntándole que qué le había parecido su familia.
de Paco Córdoba

martes, 15 de abril de 2008

MANUAL

Antes de usar diariamente:
-Serénese. Respire a fondo y abra la puerta.
-No se equivoque y vaya a ocupar su sitio. Lo descubrirá al fondo.
-Evitará daños irreparables si sigue los siguientes pasos:

1.-Deslice su figura con aplomo a lo largo del pasillo central en la dirección antes indicada.


2.-Mientras lo hace, procure no tropezar pues ello será indicativo de cómo se desarrollará el día.

3.-Observe disimuladamente las aristas de los rostros más significativos. No mire directamente.

4.-Cerciórese de colocarse tras la mesa que se supone es la suya. En caso contrario lo notará por:
A: La airada mirada de su inquilino/a ya instalado/a
B: Porque se encontrará algo estrecho.

5.-Cuando ocupe su lugar asegúrese que la silla no esté de lado pues con los nervios, ya se sabe. Un error de este calibre puede acarrearle una fractura y el costalazo quedaría en la memoria del lugar durante muchos años, posiblemente durante generaciones y la anécdota derivaría en mito.

6.-Accione un tono neutro de voz para saludar y dar las buenas tardes. Procure que no le salga ningún gallo y que ciertamente sea por la tarde y no el turno de noche. Ello acarrearía sonrisas varias y hasta comentarios negativos de la parte más crítica.

7.-No podrá activar más de tres veces el mismo tono. Perdería la modulación inicial con el consiguiente riesgo anteriormente mencionado.

8.-Pasee la mirada a lo largo del lugar. Mire especialmente al fondo.

9.-Entrecierre los ojos, como recordando algo. Si lo hace bien:
A: Parecerá más interesante al sector femenino y por contra el masculino pensará que trama algo.
B: Evitará un brillo excesivo de sus ojos, producto sin duda de la conciencia del riesgo del momento, que podría ser malinterpretado.

10.-Baje la mirada. Pulse la cerradura de su cartera. Es eso que Vd. ha traído en la mano desde casa.

11.-Ábrala. Procure que no le tiemble el pulso. De ser así, busque su escorzo más favorable.

12.-Saque con decisión los folios – sólo los escritos- que deberá repartir. Mientras, intente sonreir.

13.-Repártalos. No olvide -¡por dios!- a nadie. Por las secciones más críticas pase rápidamente.

14.-Una vez en su lugar observe los rostros. Tiene dos posibilidades o un 50 % de acierto:
A: No pasa nada en especial. No hay reacción: ha tenido suerte.
B: Nace un murmullo que deriva en ruido. En este caso se ha equivocado de materia.

15.-Si el ruido insistente termina en jolgorio es que, además, se ha equivocado de clase.

16.-No se inmute. No diga palabra: ahora el gallo sería seguro.

17.-Recoja sus cosas y váyase a la clase de al lado. Seguro que ahora sí es la suya. Lo descubrirá por los rostros sonrientes y malévolos que esperan al nuevo maestro del Centro de Educación de Adultos de Priego.

18.-Procure no repetir los errores anteriores.



de Paco Córdoba

sábado, 12 de abril de 2008

PACTO ACRÓSTICO

L evantamos por la presente Acta cada1
E nterramos envidias y procuramos sinceros olvi2
T ras oír durante años tantas quejas de to2
R econocemos Letras y Números que hemos sido mal cria2
A la lucha fraticida -por nuestro orgullo- éramos arrastr2
S olucionemos hoy los enfrentamientos antiguos y profun2

Y hagámoslo hoy en clase de Adultos, en el Día del Libro, ¡par10!

N osotros decimos que somos igual de váli2
U námonos aquí como prueba, ante los clamores terres3
M andemos también esperanzados mensajes firma2
E l que diga después que siempre fuimos unos vendi2
R econocerá que aquellos errores quedaron enterra2
O jocosamente, que pudimos compartir 14 versos p8s

S ellamos este pacto el 23 de abril, convenci2

de Paco Córdoba

viernes, 11 de abril de 2008

MÍA

La tengo en el bote.
Sé que ha disimulado cuando vió cómo le remiraba. Seguramente se ha sentido muy halagada y hasta deseada. A pesar de la música y ser madrugada creo saber que todas vienen a lo mismo. Cuando me acerqué le dije que ya lo sabía y que lo de menos era el concierto de aquel bar. Me miró de arriba abajo, sorprendida, y creo que me puntuó de notable para arriba. Arqueó las cejas y después sonrió.
Le seguí su juego y me aproximé más. Mis dedos llegaron a acariciar, como de paso, su cintura. Verdaderamente de cerca era toda una hembra. Ella no sabía aún que sería mía. A pesar del ambiente y que evidentemente le gustaba, actuó como si nada.
Yo pasé a la segunda parte de mi plan tantas veces meditado como macho experto: me puse más cerca para admirar la suave curvatura de sus hombros al descubierto y pude oler la fragancia de su linda melena negra.
Nuestros hijos –pensé- serían perfectos. Y guapos. Uno, el mayor, se llamará Mario y las dos niñas Tere y Pili. Bueno, mejor tres, con Vanesa. Pensaba hacerle una confidencia al oído del tipo “nena: hemos nacido el uno para el otro” cuando, en un movimiento inesperado se acercó a la barra, brazo en alto, gesticulando pues a buen seguro querría invitarme para celebrarlo…
Y el “otro”, un armario de cerca de uno noventa que dijo ser su marido, me sacó a la fría calle sin contemplaciones.




de Paco Córdoba.

jueves, 10 de abril de 2008

RENCOR

Todos los días los veo venir. Todos. Poco a poco van ocupando sus mesas. Cuando llegan yo ya estoy en mi sitio y, aunque calladita, les oigo criticarme. Yo no digo ni pío pues mi carácter es así y, aunque antes estaba mejor vista, últimamente me cuesta aguantar tonterías. Creo que debe de ser cosa de los años porque –la verdad- ya tengo unos pocos.
Antes, al menos, el maestro se ponía de mi lado; era comprensivo pero ahora veo que los tiempos han cambiado. ¡Vaya si han cambiado! El otro día, precisamente, cuando algunas me criticaban abiertamente, ni siquiera él me salió a defenderme: al contrario, se puso de parte de ellas. No daba crédito a lo que oía cuando le díó la razón a la charlatana de la esquina que me tiene tanta manía. Sé bien lo que me llamó: vieja. ¡Vieja! Éso, a mi entender, no es malo: lo que significa es tener mas experiencia Pero lo dijo dos veces más en toda la tarde. Y podía haber empleado otra palabra. Qué falta de tacto...
La primera vez pensé que al hombre se le había escapado por puro despiste o bien porque trataba de apaciguar a la más criticona, pues le hablaba quedamente a ella, a ella solamente, pues sabe que es la más revoltosa. Yo, ni me inmuté y me hice la distraida. Pero al rato llegó a referirse a mí en los mismos términos. Y me llamó también "impredecible", que de mí se podía esperar cualquier cosa. Eso me dolió muchísimo. Por lo menos podía haber empleado otro adjetivo, ser más diplomático. Pero no.
Veo que ya ha tomado partido. Es evidente que ya no le importo nada. Yo ya soy un cero a la izquierda en esta clase. Y pensar que fue este maestro quien me trajo desde la otra punta del pueblo... Entonces fue cuando me juré que todos, incluido él, me las pagarían. Todos, sí señor. Mientras, yo como si nada, a lo mío, que para eso soy la reina del disimulo...
Antes eran las cosas de otra manera y más o menos a todas caía bien. Conozco a la mayoría, aunque cada año hay gente nueva. Antes eran todas mujeres y, desde unos años para acá, aparecieron hombres. Con ellos siempre me he llevado bien y me tratan con tacto. Porque yo reconozco que tengo mis prontos si me calientan. Sin embargo, con ellas siempre fue un poco diferente. Veo ahora que a las más mayores no les caí bien desde el principio pues tenía cierto encanto pero…. bueno, nos apañábamos todos en la clase y el clima era agradable.
Eso era hace tiempo. No mucho. Luego, la cosa se empezó a torcer: fueron ellas las que me empezaron a tomar manía. Primero -dije- fue la criticona de la esquina. Luego su compañera de al lado. Semanas después ya no eran dos ni tres, sino casi media clase. Aún entonces el maestro me defendía. Pero cuando empezaron los hombres por lo bajo a hablar mal de mí, eso, ya pasó de castaño oscuro. Ellos, que siempre me defendieron. Parece mentira…
No olvidaré nunca la tarde aquella cuando Manolo (“mi Manolo”, el que siempre a escondidas me trató divinamente) se puso de parte de ellas. De “ellas”, las que siempre me ponían de vuelta y media. Aquello me rompió el corazón.
Por eso hoy ya no siento pena. Hoy solo siento rencor...
De hoy no paso. Hoy será mi venganza. Venganza que llegará a todo el Centro de Educación Permanente de Priego.
Hoy, a las 6 de la tarde, y delante de todas y de todos, pienso hacerlo. Hoy sí tendrán un motivo verdadero para hablar mal de mí, para decirme que no sirvo, para llamarme vieja. Hoy dirán que se me han fundido los plomos. Hoy pienso dejarlos pasmados….
Porque hoy, como estufa, pienso dejarlos fríos.


de Paco Córdoba.

jueves, 3 de abril de 2008

AMENAZAS

Tengo muchos años, estoy con achaques y sé que no soy la de antes. Pero mientras más mayor, más cariño me tiene el dueño de la casa en que trabajo.
Es una casa preciosa, señorial, andaluza, grande, antigua, con patio y largos pasillos que recorro una y otra vez. Así estoy, que no puedo ya con mi alma. En la casa llevo más de cincuenta años, nunca estuve en otra.
El señor también es mayor y tiene pocos años más que yo. El valora mi trabajo y me estima. Diría que me quiere a su manera… pero su mujer es mucho más joven y se que me tiene manía. Y no solo a mí, sino también a mi compañera. Le oímos decir que ya no nos aguanta. Estoy segura que cualquier día nos echa de la casa y eso acabaría conmigo. No sé si son celos…
Lo cierto es que ella es muy estirada. Estoy segura que eso, aparte de una barbaridad, el despido supondría un gran disgusto para el señor y que en secreto me echaría mucho de menos… no solo a mí, sino a mi compañera, especialmente por las noches, que el señor es muy cómodo y difícil sería que se apañara solo con una...
Y, por favor, no piensen mal, que ni nosotras ni el estamos para muchos trotes.
El problema de esta casa es que últimamente he estado solo rodeada de presumidas. Aclaro que yo no soy ya gran cosa; creo que nunca lo fui –para qué engañarnos- pero fue el señor se fijó en mí, y no en cualquier otra de las que por allí andábamos. Soy discreta, oscura y dicen que gordilla. No soy agraciada pero como yo de sufrida, la verdad es que ya hay pocas.
La compañera que trabaja conmigo y yo siempre intentamos ser agradables. De vez en cuando el señor nos habla cariñosamente cuando su esposa no está cerca. Nos susurra que hasta que no está con nosotras no se encuentra en casa. Claro que cuando alguna vez le pilla la señora con nosotras siempre hay bronca. Y ciertamente lo comprendo…
Ella le amenaza una y otra vez con ponernos de patitas en la calle. Le dice muy enfadada que no sabe cómo nos soporta, que terminaremos en la basura, como lo que somos. Son palabras muy duras que sabemos le hieren a él en lo más profundo, pues nos tiene verdadero cariño. Ella, en cambio, olvida que nos recomendó. Y eso que nos conoció en una calle del tres al cuarto.
Vuelvo a decir que comprendo que nunca hemos valido un duro y que hay otras que harían un papel mejor en esta casa tan clásica, tan grande y señorial pues ya somos viejas y eso se nota. Pero por muchos aires que se dé la señora no se arriesga en el fondo a meter a otras en casa pues hoy suelen aguantar bien poco.
Y es que sabe que no hay zapatillas como las de antes.

de Paco Córdoba

miércoles, 2 de abril de 2008

NOVELA NEGRA

Estaban transcurriendo los últimos días del curso más tranquilos que años anteriores. El aire acondicionado de su despacho zumbaba monótonamente lo que unido al cartel de una paradisíaca playa que tenia en la pared de enfrente le confería a su lugar de trabajo un aire exótico y tropical, cercano al verano -sentía ella. Ella era Filomena López –Filo para sus compañeros- que apuraba los últimos días de su cómodo destino laboral en la Delegación Provincial pensando que las ya muy próximas vacaciones bien se las había ganado a pulso.
Filo era Coordinadora de algo que empezó a llamarse “Programa de Educación de Adultos”, un apagafuegos para remediar todos los males educativos y que, con paso de los años, no sabía muy bien ya qué cosa era. Pero poco le importaba, porque "ella" -pensaba- era una triunfadora ya que había logrado quitarse de en medio el fastidio de explicar todas las tardes a marias de armas tomar y noches a jovenzuelos e inmigrantes, en clases mal dotadas y encima andar por carreteras que apenas salían en los mapas de la comunidad autónoma. Filo era una persona “situada”, aunque las malas lenguas la tacharían de desclasada y de renegar de sus orígenes pues nació y se crió un pequeño pueblo de la provincia, aunque presumiera ahora de una ajetreada vida urbana en la capital y que hasta tenía un hijo quinceañero que formaba parte de un grupo postmoderno y a la última.
Por eso le fastidió sobremanera cuando, hojeando aquella mañana el periódico, vió toda una página dedicada a un suceso truculento y que le ateñía: en la sección de Sucesos aparecía la foto de una sala revuelta, estanterías caídas y un individuo con la cabeza apoyada en la mesa, como dormido, y un titular: “Posible asesinato de un maestro de Educación Permanente de Adultos en....” no leyó más.
Ella era de naturaleza nerviosa y, desde el primer momento ya sabía que le habían fastidiado “sus” vacaciones. Alterada, se preguntó cómo podía haber sucedido algo así. Sabía que la profesión de la enseñanza podía tener ribetes peligrosos pero no de esos extremos, y menos en el departamento de Adultos.
Casi de inmediato, cortándole sus pensamientos, entró Gutiérrez el conserje dejándole una carta del Delegado en la que le pedía hiciera un informe detallado del caso, “al margen de la Policía, por pura curiosidad” -especificaba- ya que él se marchaba a un ciclo de conferencias internacionales en el Caribe. Y concluía: “…Por todo ello, estimada compañera –decía la misiva- te ruego redactes un informe del entorno educativo en que se desenvolvió el desafortunado maestro V. C. P. (q.e.p.d.) y que me lo hagas pasar a mi vuelta. Gracias.”


Rodaba por la serpenteante senda provincial con su Volvo nuevecito mientras iba maldiciendo todos los baches que pillaba en el camino. Había olvidado el campo, el color de la tierra… Le sorprendía que las espigas de los cereales estuvieran casi para la siega y que bandadas de pájaros cruzaran los cielos…A lo lejos las altas montañas se recortaban en el horizonte. Poco a poco, adentrándose por caminos de tercer o cuarto orden de la red provincial de carreteras fue acercándose a dichoso pueblo en que impartió clase el tal V.
En el asiento de al lado llevaba un sobre con algunos datos del difunto maestro que había logrado recopilar en la Sección de Personal: su especialidad académica, currículum vitae, domicilio y poco más. Y una foto. Una cara de fotomatón, como de detenido por la Guardia Civil: un bigote, una barba, unas ojeras, unas gafas pasadas de moda y una cara de despistado era lo que mostraba la única fotografía que había logrado encontrar en toda la Delegación.
Aparcó -es un decir- el coche en la irregular Plaza del pueblo entre un tractor y una camioneta. Una nube de inquietos chiquillos ya en vacaciones se la quedaron mirando. Inmediatamente se maldijo de no haber venido vestida de otro modo. Con su chaqueta y la falda corta tenía una pinta de señorita de ciudad que no le ayudaría a investigar el caso.
Lo primero que hizo fue preguntar por el Cuartelillo de la Guardia Civil a una abuela que estaba sentada en una silla de anea en la puerta de su casa. La abuela –sorda- le sonrió dos veces haciéndole ver que no entendía y continuó como si nada con su costura, desentendiéndose de la forastera. El grupo cercano de chiquillos, sonrientes, le informaron a gritos que allí no había nada de eso, que los “picoletos” no tenían casa. Fastidiada se vió obligada a hacer algo que no deseaba: entrar en un bar del pueblo a una hora en que, presumiblemente, solo habría hombres....Empujó la puerta de uno cercano y entró.
Allí, en la agradable penumbra de la taberna, parecían estar todos los representantes del sexo masculino de la localidad, jóvenes y mayores. Ni qué decir que momentáneamente se suspendieron todas las partidas de naipes y hasta a alguno se le cayó el cigarro cuando Filo cruzando entre las mesas se acercó, contoneándose, a la barra a preguntar.
Por lo que tras tres cuartos de hora -y cinco cañas de cerveza- pudo averiguar el tal V. C. P. bajo su inocente apariencia, era un tipo de cuidado pues fuera de clase decían que se daba a la bebida (sólo limonadas y gaseosas) e incluso se olvidaba de pagar alegando despiste, por lo que no estaba muy bien considerado en los bares. Concretamente al que entró le debía cerca de 300 euros. y cantidades parecidas –según le aseguraron- en los restantes establecimientos del pueblo.
Salió asombrada de nuevo a la brillante Plaza que, sin sombra, atravesó camino de la Iglesia. Fue recibida por el sacristán, al estar el Sr. Párroco fuera en unos cursillos. O al menos eso le dijo un hombre alto y muy delgado poseedor de un buen manojo de llaves. Deseoso de hablar con Filo la invitó a manzanilla y a un poleo pues la vió un tanto mareada cuando salió de la taberna. Le comentó mientras tanto la vida disoluta que –se decía, y a él que le registren- llevaba el maestro. Tras dos vasos más del sospechoso líquido le confesó que el “maestrucho” ya estaría ardiendo en las llamas del infierno pues tenía pruebas de que no era cristiano; es más, alguna vez se le oyó decir que no tenía ni religión ni patria...
Con el estómago ya algo revuelto el sacristán la encaminó hacia el Ayuntamiento. A esa hora próxima al mediodía estaba a punto de cerrar. La recibió un hombre parapetado tras una gran mesa y una enorme bandera de España que dijo ser el Alcalde.
Tras una breve presentación y después de tener que oir los grandes logros que se habían hecho en el pueblo gracias a su persona y que “él no era político, la verdad sea dicha” el Alcalde pidió excusas y la dejó hablar. Filo logró explicar que ella no era un “alto cargo” de la Junta autonómica, sino un simple cargo intermedio de la Delegación. De todas formas, agradablemente sorprendida por el equívoco, cruzó las piernas y, sacando un cigarrillo, le pidió fuego dispuesta a sonsacarle el máximo de información sobre el maestro... cosa no muy difícil pues el hombre no paraba de hablar, fumar y mirar sus rodillas.
Le confesó ser “apolítico de derechas” y que tantos años de sacrificio como Alcalde se debían a que “todo lo hacía por amor a su pueblo”. Pero que con el maestro en cuestión no se podía hablar pues “a buen seguro que era un anarquista de ésos, que con esa pinta ya se sabe…”. Además él –aseguraba- apenas bebía, no tomaba copas ni cruzaba palabra con semejante personaje. Cuando terminó el paquete de Fortuna, con la cabeza algo aturdida y las rodillas algo “gastadas” por las insistentes miradas del “servidor del pueblo”, decidió salir de la Casa Consistorial.
Anduvo por las calles más empinadas que había visto en su vida. Creyó reconocer ya a varios gatos que se cruzaron con ella y a algún que otro jovenzuelo que la seguía. Tras varias horas en el pueblo y con tres litros de sustancias bailándole en el estómago se dio cuanta que cualquiera hubiera podido haber matado al maestro pues motivos no le faltaban a casi nadie. Aquello cada vez más parecía una novela negra…
Taberneros, cura, Alcalde, jóvenes, ancianos, niños, mujeres... todos, absolutamente todos, tenían cuentas pendientes. Unos u otros lo tachaban de lo más dispar: de bebedor o abstemio, de mujeriego o solitario, de anarquista, comunista, libertino, estafador, ateo, tramposo en las cartas, etc. eran algunos de los adjetivos que describían bien su controvertida personalidad. No faltaba incluso quien insinuaba que ya no llovía tanto en el pueblo desde que andaba por allí… ¡Quién lo diría! Deseaba ver la cara que pondría el Delegado cuando volviera del Caribe y leyera su informe.
Prescindió de hablar con más gente y se encaminó a los locales del Centro de Adultos. En una esquina de una estrecha calle, junto a un antiguo lavadero, estaba el modesto edificio. La puerta estaba abierta y, dentro, una limpiadora trataba de borrar las manchas de una mesa.
Filo se presentó y quiso saber la opinión que le merecía a aquella señora el maestro presuntamente asesinado. La buena mujer “no deseaba hablar mal de nadie” pero a los dos minutos se sinceró diciendo que era muy raro: “en las últimas semanas hablaba solo por la calle y hasta había instalado un jilguero en clase... con el que hablaba de vez en cuando, usted dirá - susurró- si eso no es estar como una regadera". En su opinión se había vuelto loco; así de claro. Cada vez tenía menos amigos -si es que aquí alguna vez los tuvo, dijo- y hasta los alumnos de Graduado le dejaban anónimos escritos a boli en las mesas de clase al pobrecillo. Le señaló que estaba borrando una frase idéntica en todas las mesas: “Ya queda poco” - decía. Sólo eso. Y en todas las veintitantas mesas...
¡Cielos! Eso sonaba a amenaza directa, a una conjura del alumnado -reflexionó a la sombra de un árbol un rato después. ¿Sería algún alumno suspendido el causante de la muerte? Porque lo cierto es que el maestrillo había muerto casi a final de curso. Seguro que alguno que no logró sacar el Graduado tomó cartas en el asunto en complot con cualquier otro vecino... porque el hombre no era muy popular que se diga.
Dedujo que sus alumnos, el Alcalde, el sacristán, tenderos, compañeros... eran demasiados interesados en quitar al hombre de en medio. Claro que a lo mejor era un castigo divino por la vida tan disoluta que había llevado, seguro que era rojo y ateo -pensó Filo. A ella no le hubiera pasado –se repetía- porque ella era “de centro” de toda la vida, y de politiqueos nada de nada… ¡Que le den morcilla! –sentenció.
Volvió a entrar en la humilde clase con idea de recoger sus papeles para la Delegación y salir de aquel pueblo. Allí, en un armario de tercera mano, destartalado, estaban todas las carpetas, memorias, fichas y demás papeles oficiales referentes a todos los cursos desde que se abrió aquel Centro de Educación Permanente de Adultos.
Inspeccionó, por rutina más bien, una cuantas fichas sobre el alumnado, especialmente los de Graduado, por si le diera una pista. Aquellos papeles decían claramente que el maestro era muy duro... o los alumnos nunca tenían el nivel; en siete años nadie había logrado aprobar –según parecía- el Graduado con ese individuo. Desde luego o el muerto era un petardo o los alumnos unos cafres de tan malos. No me extraña su mala fama con los jóvenes -se dijo.
Pero hubo algo que poco a poco le hizo ver la luz. En las diferentes pruebas de las últimas semanas resulta que todos, todos los alumnos, llevaban buenas notas en el último mes y ¡todos, todos! Habían sacado sobresaliente en los exámenes de recuperación. Todos. De golpe. Por primera vez en siete años. ¡Quién lo diría! Y estaban todos los exámenes magníficamente realizados, por cierto.
Y ella, entonces, comprendió... Entendió la foto del diario, el revuelo de papeles. Estaba clarísimo.

Dos días después rellenó el informe confidencial para el Sr. Delegado, confirmando el “asesinato” del maestro de Adultos.... por su propio alumnado, “con tal de quitar del pueblo a semejante figura” -añadió ella en un gesto de compañerismo lleno de lirismo.
de Paco Córdoba

domingo, 30 de marzo de 2008

MALDITO PULSO

Le había costado casi dos meses largos lograr entender aquella dichosa máquina. Su hija y sus nietas decían que era cosa chupada, pero que le digan que a el aquello no le costó lo suyo: lágrimas de cocodrilo, algún que otro bajón en la autoestima y un asomo de taquicardia. No había sido fácil. Aunque puso gran interés, descubrió que, aparte de tener poca memoria era, según sus compañeros, era un auténtico manazas. Y eso que a la máquinita la trataba con cuidado y hasta le hablaba bajito y con cariño cuando no le miraba nadie.

Todo empezó meses atrás cuando, una tarde en el Centro de Educación Permanente, el incorregible de su maestro anunció a bombo y platillo ante todos sus compañeros que…. “ejem, ejem.. ¡tatachín! je, je… en este curso vamos a aprender a usar el ordenador”. Este hombre –pensó aquel día- es un peligroso optimista o, peor aún: los años que acumula le hacen un irresponsable de cuidado. El pobre no sabe bien lo que propone. Menudo soy yo para aprender a estas alturas de la vida a manejar ese cacharro. Y no digamos otros y otras de por aquí que conozco…. Veremos en qué acaba todo esto –se dijo.

Lo cierto es que lo que parecía una mera promesa, al cabo de unas semanas terminó siendo una realidad. Una tarde se descubrió sentado ante una especie de aparato mitad televisión, mitad máquina de escribir. Toda la clase –una de las mejores- estaba llena de flamantes ordenadores. Y encima se enteró que había sido precisamente el peligroso de su maestro, siempre propenso a ver el lado favorable de la vida, quien la había rotulado pomposamente como Aula de Informática. Además, ahora le había asignado una mesa para él solito con aquel diablo de aparato del que no tenía ni idea.

La verdad es que entre sus compañeros y compañeras las había ilusionadas con aquel trasto y eso a pesar que de su manejo ni controlaban. Estas solían ser siempre las más jóvenes de la clase. Pero entre las que ya peinaban canas, lo más cerca que habían estado de un chisme de aquellos era cuando se acercaban a fin de mes al banco a controlar su pensión y sacar algunos cuartos: entonces veían que la amable empleada de caja tecleaba algo con un aparato semejante que –por lo visto- lo sabía casi todo. Nunca a él le cayó bien el invento pues que de vez en cuando, burlonamente, se negaba a autorizarle retirar unos euros porque “se colgaba” –decían- cosa esta que siempre atribuyó como propia de los jóvenes y que, por corte, nunca preguntó en qué consistía.

En la primera sesión el Incorregible anduvo explicando lo que tenían delante. A él aquello no lograba entusiasmarlo e incluso le hacía gracia los nombrecitos que tenían que usar: que si puerto, que si memoria, que si archivo, que si virus, que si clic…. y hasta se rió con ganas cuando supo que tenía que coger “el ratón”. ¿Qué queréis que os diga? Todo aquello le parecía poco serio. Y, total, para poder escribir en una pantalla. Le decía al maestro que con un lápiz y una goma era todo más fácil y no gastaban luz. Estuvieron encendiendo y apagando el artilugio y moviendo una flechita llamada puntero. Tonterías –pensaba- éstos sólo son ejercicios de pulso.


Con el paso de los días llegó a descubrír que el chisme aquel era muy listo pues incluso subrayaba cuando tenía alguna falta de ortografía, y eso que el tenía pocas. Al chivato no se le pasaba ni una. Luego le gustó el poder aumentar el tamaño de la letra y hasta borrar frases enteras, y copiarlas, y cambiarlas de sitio, y escribirlas con un tipo más a su gusto….

Aquello le gustaba de verdad, claro que al Incorregible no le decía ni pío. Secretamente esperaba el día de la semana en que se trasladaban a la clase de los ordenadores. Las dos horas se le pasaban en un suspiro. Fue observando que a sus compañeras de clase les pasaba lo mismo al cabo de unas semanas... Aquellas sesiones eran una maravilla. Cierto es que cada vez descubría más posibilidades y que los mayores tenían que apuntar algunas cosas para recordar los pasos que debían dar. El apuntaba y así no se equivocaba cuando guardaba, borraba, etc.

Sí. Aquello terminó por gustarle de veras. Pero cuando definitivamente se rindió fué el día que se todos se conectaron a Internet y entraron en un sitio que veían la predicción del tiempo, con sus mapas y vistas desde satélite. Tanto le gustó que el Incorregible, al verle tan asombrado, le conectó al Google Earth, cosa que no sabía ni que existía y menos con ese nombrajo. Casi se cae de espaldas cuando vió por primera vez su calle y hasta el patio de su casa. El maestro le explicó que aquello era una foto desde un satélite, y que así estaba fotografiada toda la Tierra. Menos mal –pensó- que no le pillaron en calzoncillos cuando en verano riega las flores. Era maravilloso poder ver cualquier lugar del mundo con solo un movimiento de la mano y un dedo. Siempre le gustó viajar y los de su generación nunca pudieron.


Desde aquel día era él el que traía de cabeza al Incorregible. Quería saber qué más cosas podían hacer con el ordenador. Sin darse cuenta le había cogido cariño al aparato por lo que le aportaba. Descubrieron todos que se podían cartear con sus compañeros y compañeras. Entre ellos podían mandarse mensajes, escribirse, “mandar un emilio” decía el optimista del maestro. Eso fue el no va más, aunque no le hacía gracia pues ¿quién le escribiría con lo seco que era? Todos se mandarían mensajes y el quedaría en evidencia al no recibir ninguno y otros a buen seguro un montón.

La sorpresa es cuando, aparte del saludo del Incorregible que recibió un día y los de algunas compañeras de clase, asignadas por él seguramente, una tarde se encontró un simpático saludo. Firmaba Berta, y decía que era de otra clase. Le dió corte preguntarle al maestro si podía averiguar de qué ordenador procedía, y decidió guardarse el secreto. Desde aquel día, en cada sesión, al abrir el correo, se encontraba algo cortito de ella, pero nada importante. Hasta que un día se encontró unos versos. Berta le pedía que fuera discreto. Unos versos que le calaron hondo. Unos versos dedicados a el, que decían:

“Cuando mi vida se perdía
tras una cortina de años
en mi correo encontré la flor del tiempo
que sobrevivirá a mis desengaños”

Tan alegre y tan nervioso se puso que intentó que nadie más de sus compañeros lo vieran. Nunca le habían dicho algo tan bonito. Nunca escribió ni le escribieron una poesía. Pero no quería perderla. Lo primero que decidió fue copiar los versos a mano. Después, ya vería si respondía a la tal Berta, que no sabía si de verdad existía con ese nombre. ¿Sería de verdad de otra clase? ¿Y si tal nombre ocultaba a alguien de la suya? ¿Cómo preguntárselo al maestro?

Empezaba a sudar. Observó que el Incorregible no le quitaba ojo y hasta le dijo que qué sucedía. Quizás se acercara a ver qué le pasaba. Y vería su pantalla. Lo que faltaba. Le empezaron a temblar las manos. Decidió que era más rápido guardarlos en la memoria del ordenador, en su carpeta de archivos. Buscó entre sus chuletas la forma de hacerlo. Volvió a mirar al maestro e intuyó que se levantaría, que sería la rechifla de la clase, que dirían que se había echado novia en el centro, que…

Sus dedos buscaban el dichoso papel. Leyó las instrucciones rápidamente: buscar en el ángulo superior izquierdo: clicar sobre Archivo, Guardar como, Carpeta… En ello estaba cuando al Incorregible lo descubrío a dos pasos de su mesa. Un sudor frío le recorría la espalda. Miró la pantalla y vió que la flechita del ratón se movía como loca pues su temblorosa mano no dominaba el ratón. Con todo, sin pensarlo dos veces, apretó su tecla izquierda y le dió la orden: ¡clic!… Ya estaba. De buena me he librado –pensó.

Segundos después, frente a todos, la única impresora de la Clase de Infórmática escupía escandalosamente los versos de Berta ante el asombro del maestro. Maldito pulso –tartamudeó.
de Paco Córdoba.

sábado, 29 de marzo de 2008

VACÍO

Estaba ya dudando si vendría. Aquel día llevaba más de un cuarto de hora esperando en aquella terraza del bar en que me había citado. La situación me empezaba a parecer absurda cuando entonces la ví llegar por el otro extremo de la plaza, con sus pantalones vaqueros que tanto me gustaban.
Caminaba ligera, con la cabeza alta como era su costumbre, decidida. Me gustaba observarla desde lejos; parecía una estudiante a pesar de la treintena larga ya de años que tenía.
Realmente Candela tenía un atractivo singular, una belleza que, sin que ella lo pretendiera, llamaba la atención a cualquiera y –ahora lo pienso- creo que ella lo sabía de sobra, justificando así al celoso de su marido. Desde hacía ya dos años nuestra relación había ido viento en popa.

Se acercó extrañamente seria a la mesa y, dándome la mano, me pidió permiso para sentarse. “Tú sabrás, mujer, eres la que me ha citado aquí, pero te recuerdo que a las cinco entro en clase” -le dije con ironía. Antes que nada más pudiera añadir, dos gruesos lagrimones asomaron en sus preciosos ojos, y yo, mitad asombrado y mitad turbado, no atiné a decir nada. Cínicamente sólo pensé para mis adentros que estaba preciosa.

Empezó a hablar atropelladamente diciendo que así no podía seguir más, que su marido le pegaba, que pensaba se había enterado, que sospechaba si llegaba a casa más allá de las nueve y media, que yo no entendía nada...
También me decía bajito que conmigo había descubierto otros mundos y que le había abierto los ojos… Mientras hablaba yo miraba su dulce barbilla morena y las comisuras de su boca sintiéndome culpable al pensar cuánto me necesitaba aquella mujer. Y barruntaba que yo... también la necesitaba a ella.


Me miraba directamente a los ojos, desde su silla al otro lado de la mesa, mientras iba desgranando el rosario de conocidos problemas que yo descubrí antes en mi relación con otras mujeres. Triste, apenas se movía y gesticulaba.
Se secaba las lágrimas y me contaba algo de su situación familiar cuando –recuerdo- se nos acercó un camarero y con una ligera sonrisa burlona en la boca le preguntó directamente a ella si iba a tomar algo. “Café” –dijo ella rotunda- tanto, que me asombró olvidase por un momento su timidez. El del bar, un hombre mayor, me miró complice sonriendo, como diciendo: “parece mentira, hombre, que yo a tí te conozco”.

Pasaban los minutos y yo le decía que no tenía razón, que no era motivo suficiente para terminar, que necesitaba una oportunidad, que se arrepentiría pasado el tiempo... Me estaba logrando emocionar cuando yo presumía –a esas alturas- de haber toreado en las peores plazas. Pero nada; parecía que lo tenía todo decidido.

Quise hacer un gesto entre tierno y amable, como acariciarle la mano y no pude. Ella, quizás, tampoco lo hubiera permitido. Con los ojos enrojecidos me contaba que ya el año pasado pensó algún día incluso en desaparecer. “Que así, que me entere, no podía vivir” -sentenció. Me echaba en cara no saber encontrar soluciones...
Se despidió como llegó: orgullosa y ligera. Se levantó y me dejó allí sentado tras veinte minutos de charla –de monólogo más bien- y con una servilleta de papel arrugada y húmeda de sus ojos. Su rabia hacia el sexo masculino flotaba en torno a aquella mesa del kiosco del parque ese día de primavera...

Yo a las cinco, como siempre, estaba ya en mi clase.


La perdí. No supe retenerla. Ya me había pasado alguna vez y nunca me acostumbraba. Cierto que en otras ocasiones había sabido reconducir el tema y hasta me pavoneaba internamente de haber tenido éxito. Pero esta vez no era así y tenía que reconocer que me dolía. Que me dolía más de lo acostumbrado. Ay, Candela…

Me dejó un vacío que se agrandó por días. La calidad de mis clases se resintió. Supe que se había marchado del pueblo y que limpiaba casas en una provincia vecina. También supe que el imbécil de su marido me estuvo buscando durante un tiempo.
Yo sólo recuerdo su frágil figura y la dureza de su última mirada en aquella terraza. Sus reproches me llenan aún de zozobra y frustración a pesar de los años transcurridos. Todavía su lugar es especial...

Especial siempre será la séptima mesa de la fila de la izquierda de mi clase, la plaza que ocupaba Candela mi alumna inolvidable, aquella mujer que aprendió a leer y a escribir desde cero y que terminó leyendo –devorando más bien- todo cuanto le traía. Aquella dulce mujer, endurecida por la vida, que recibía una paliza simplemente por ir a clase a aprender... Sus treinta y siete años que tenía son aún para mí treinta y tantos puñales que me revuelven las entrañas.
Tomó conciencia de su mundo sin ser capaz yo de descubrirle que, a veces no hay salida, no hay solución. Ay, Candela... ni para tí, ni para mí.
Una nada, un hueco interior, un pequeño vacío -que a veces se agranda peligrosamente- desde entonces me acompaña.

Y yo a las cinco, como siempre, estoy en mi clase...




de Paco Córdoba

CARTA A LOS REYES MAGOS

Exmas. e Ilmas. Majestades de Oriente.
Esperados Melchor, Gaspar y Baltasar:
Va para tres años que un servidor pasa por este trago de escribiros públicamente su Carta, cosa a lo que uno ciertamente no se acostumbra y, según el camino que lleva, no lo hará jamás. Pero en fin, Majestades, sea porque no se pierda esta saludable tradición de expresarse perdiendo la vergüenza –que no el decoro- de que los más se pitorreen de uno por haber dicho o pedido lo que más de un alumno o vecino piensa y desea.

Este año, Majestades, voy a ser cortito pero tajante: os pido que pongáis sencillamente el mundo a revés. Sí, sí, como suena: al revés. Lo de arriba, abajo.

Ya me figuro a Melchor con cara de asombro, a Gaspar carraspeando, y a Baltasar… -¡ay, Baltasar!- con cara de guasa, divertido, pues seguro que él sí sabe por dónde voy. Y es que he llegado a la conclusión de que ésta es (el poner el mundo a revés) la única manera de que algunos y algunas comprendan la posición de otros.

Piensen, Majestades, lo que sería que, por ejemplo, África fuese rica y Europa hambrienta y pobre. Piensen lo que sería que, de la noche a la mañana, un vecino rubio de toda la vida, se levantase gitano, negro, magrebí o indio. Piensen en las ventajas que podría reportar a la tolerancia que el día 6 de enero todo esos que se creen buenos cristianos y cumplidores hasta de la misa dominical se levantasen musulmanes o ateos hasta las trancas. Piensen qué golpe sería que los maestros fuesen alumnos; que los de derechas, de izquierdas; que los hombres, mujeres; que los machistas, gays; que los trabajadores, parados; que los listos, torpes; que los jóvenes, ancianos; que los libres, oprimidos, etc. etc.

¿Se figuran el panorama, majestades? Eso del mundo al revés es lo que creo que falta para que todo el mundo sea capaz de ponerse en el lugar del otro, le ayude, le entienda y, -enfín- haga caminar de la mano pues todos, todos, estamos en el mismo barco.

¿Serán Vds. capaces, Majestades? También viene bien que, de paso, con esto de poner el mundo al revés, Vds. dejen su cómodo poder y sus coronas para ver cómo sobrevive un vecino de a pie en este mundo de locos.

Nada más. Gracias.

de Paco Córdoba

martes, 25 de marzo de 2008

ABDELGHANI

Intentó escribir otra línea más. Intuía que esta vez tenía más faltas de las habituales y que incluso se estaba comiendo alguna que otra letra. Le costaba hilvanar las frases que se le apelotonaban en la mente para poder explicarse. Era verdaderamente difícil poder explicar con palabras los sentimientos que pasaban por su cabeza. Notaba que el lápiz no llevaba muy bien la horizontal que las líneas debían tener, pero esta vez, contra lo habitual, le importaba un pimiento. Se esforzaba en contar, en escribir, en decir con letras, en expresar al fin y al cabo el dolor que ella sentía.
Quería desahogarse contando que, a pesar de la diferencia de edad, había conocido un compañero amable y atento y al que poco a poco había tomado cariño y quería como a un hijo, aunque nunca se lo había dicho. Y lo peor es que ahora tiene la certeza de que nunca más tendrá la oportunidad de decírselo….
Recordaba ahora sus prejuicios cuando lo tuvo por primera vez enfrente. Bien es verdad que algún año lo tuvo más lejos y otros lo tuvo más cerca. Hasta que el año pasado cayó a su lado. Y aquello fue definitivo. Entre los dos se estableció una química especial que rompía moldes…
Recordaba ahora que últimamente bajaban juntos las escaleras bromeando sobre los escalones, la lluvia, la gente o sobre la diferencia de estatura entre ambos…
Recordaba también el trabajo que le costó aprender su nombre y poder pronunciarlo. Y se dio cuenta que ahora podía incluso saludar en su idioma, lo cual le hacía verdadera ilusión. Y que “la prisa mata” era –con acento andaluz- algo así como “lizredmet”, cosa que ella bien repetía cuando le convenía….

Con el paso de los meses concluyó aquello de que el hábito no hace al monje. Con las semanas llegó hasta a saludarle por la calle, primero tímidamente y sólo a él, luego incluso a él y sus amigos. Con lo tímida y asustica que ella era, quién lo hubiera dicho. Porque ella cambió. Ella era otra.
También ellas eran otras. Ellas, que pocos años antes incluso cambiaban de acera al ver gentes de tez morena, habían sufrido un cambio radical. Y todo por su joven compañero…

Porque Filo, a sus 67 años, escribía sobre Abdelghani.
Una indignación, una rabia enorme le corroía. Una pena infinita le llenaba el alma. Y otra lágrima suya cayó sobre el folio que tenía delante. Entonces es cuando vió que no podía más. Llorando a lágrima viva se levantó y le dijo al maestro que se iba a su casa.

Y es que a su compañero marroquí lo habían expulsado. La policía lo había repatriado hoy, 14 de marzo por sorpresa.



de Paco Córdoba

jueves, 20 de marzo de 2008

LA COTILLA

Algunas es que tenemos mala fama sin comerlo ni beberlo. Sin embargo los diccionarios aclaran el término diciendo que una cotilla es la “amiga de cuentos”. Una cuentista ¿no...? Y, eso yo no lo veo peyorativo pues… ¡Anda que no hay gente que vive de eso!. Claro que después esos libros se explayan y especifican más diciendo que es equivalente a: "chismosa, trolista, embustera, mentirosa, impostora, fabuladora, propagadora de patrañas", etc. etc...
Nada bueno ni halagador. Un desastre.
Pero no es verdad. Al menos, en lo que a mí concierne.
Hombre, cierto es que me entero de muchísimas cosas: desde los deseos más ocultos, hasta los secretos más inconfesables. Pero, oigan, yo me entero sin preguntar directamente. No a través de otros, sino bien cerquita, sin disimulos.
Es la gente la que me cuenta cosas. Muchas, sin que yo pregunte nada. En el fondo creo que así se sienten mejor. Pero no vayan a creer yo voy por ahí pregonando. No. De éso, nada.
En confianza diré que, si me pongo un poquito tierna, los niños me hablan de sus sueños. Y sin rubor aclaro que hasta me acarician y todo. Yo a cambio les ayudo a dormir.
Pero con la gente mayor creo que no tengo tanta maña, pues se empeñan en compartir sus preocupaciones conmigo y, claro, se desvelan. Y algunos se ve de lejos que no tienen la conciencia muy limpia. Pero estoy acostumbrada.
Ya digo que tengo mala fama, a pesar de que todos me conocen y los conozco desde que apenas han nacido. Son incapaces de reconocer que todos, absolutamente todos, me utilizan.
Ya sé que también hablan a mis espaldas. No me ofendo. Yo a todos les sirvo lo mejor que puedo. Ello va en mi carácter de almohada.

de Paco Córdoba

LA ALDEA EN VERANO

Sonaban las chicharras por los huertos, caía el sol a plomo por las callejas de Los Chirimeros, por el Paseo del Portillo no se veía un alma y en la Plaza dos perros jadeaban con la lengua fuera los 45 grados a la sombra de una casa.
Era verano. Mejor dicho: eran las primeras horas de una tarde de verano en nuestro pequeño pueblo.
El “Pirri” se removía inquieto sobre una manta que su madre le había puesto en el suelo del soberao de su casa, “el lugar más fresquito de todo el pueblo” según decir de Dña. Josefa. Lo cierto era que el calor y sus doce años no le dejaban dormir la siesta a pesar que, para distraerse, se dedicaba a contar las cañas unidas con yeso de la porción de techo que tenía encima. Pero ni por esas.
Lo que el “Pirri” quería era salir de allí como sea, juntarse con el Manolico y Tobías “el de abajo” para que, juntos los tres, jugar al fútbol en el Callejón, único lugar que, aunque estrecho, se podía jugar al balón a la sombra en aquella hora. Claro es que había un inconveniente: el ruido despertaria a Ramona, vecina de armas tomar y que el “Pirri” temía mas que a su madre...
En estas estaba cuando su fino oido captó un rascar metálico en algún lugar del soberao. Aburrido y sin ganas de siesta como estaba se levantó despacio y, separando cacharros viejos que su madre guardaba -“para la Casa-Museo, cuando la hagan”- descubrió una orza olvidada, de las que servían para guardar el aceite para todo el año. De allí, abierta y vacía como estaba, procedía el ruido: dos ratas inmensas habían caido dentro y no podían salir.
El “Pirri, inquieto chaval donde los haya, famoso ya en la escuela local por su habilidad en capturar los más variados bichos eludiendo el posible peligro de picotazos y mordiscos, tuvo, como le ocurría todos los veranos, una idea.

Cierto era que alguna de sus inventivas veraniegas le habían dejado huella (coscorrones y castigos varios) pero a él, “futuro veterinario” según decir disculpatorio de Antón –su padre- nada le aminalaba.
Oía a su madre trajinando con los trastos de la cocina. Seguramente terminando de fregarlos -pensó. Su padre roncaba como nunca, -se dijo. Y su hermana mayor estaba “en automático”: viendo una novela rosa o cotilleos en la tele, “así se le seque el coco” –escupió.
Todo esto, lejos de fastidiarle a causa del olvido a que estaba sometido le causaba una extraña sensación de libertad.
Todos en casa creían que dormía allá arriba, encerrado. No sabían que cada vez que quería, agarrado a una vieja cañería exterior, saltaba al huerto familiar y a través del vecino, buscaba a sus colegas en las tardes calurosas de verano, de todos los veranos.
Nadie pues lo veía, nadie, absolutamente nadie había por las calles. Solo alguna que otra voz o musiquilla de una televisión sonaba. Las calles eran suyas...
Con una vieja red que el abuelo usaba para cazar pajarillos antes, en época de hambruna y de que casi todo estuviera prohibido, inmovilizó a las dos ratas y las introdujo en un viejo bote de pintura de 20 kilos.
Ágil, abrió los postigos de madera de las ventanas y con una cuerda bajó el bote con su cargamento hasta el suelo del huerto, unos ocho metros más abajo. Luego, él, agarrado a la cañería que tan bien conocía bajó en silencio al huerto. Solo “Corbata”, la vieja perra, levantó la cabeza al verlo, más que por el ruido por el temor a alguna trastada.
Calle abajo pasó por la Fuente de Los Chirimeros, a ésa hora plena de sol y de avispas como nunca. Bebió un poco de agua fresquita y con habilidad cazó una avispa carnicera, de las que pican y que él diferenciaba perfectamente de las buenas y amarillas por las pintas negras del rostro. A continuación, con un palito le despojó de su aguijón y, poniéndole un papelito de una colilla que encontró, la echó a volar.
Aburrido observó que las dos ratas se removían inquietas en el bote y, dando tumbos tiró calle La Fuente abajo.
Pasó por el Polivalente y recordó lo que su difunta abuela le contaba sobre los antiguos Lavaderos sobre los que se asentaba y de cómo conoció a su abuelo –entonces buen mozo, aclaraba- y que le esperaba bajo una parra cercana... así durante casi diez años, hasta que se casó en contra de la familia y todo.
El “Pirri”, por sus cortos años y luces nunca entendió de porqué a aquel edificio nuevo le había dado el Ayuntamiento un nombre tan extraño que le recordaba más bien a un moderno detergente de la tele y que más de una vecina mayor no acertaba a pronunciar.
En estos pensamientos andaba cuando Manolico se le unió ráudo y a la carrerilla los dos –con bote incluido- llegaron a la Plaza. Había que tener cuidado con alguno que pudiera divisarlos desde la penumbra del Dioni, el único bar abierto a esa hora en aquel horrible verano.
Los dos, bordeando la iglesia, pensaron en alguna vecina “de las de catequesis” que andara por allí; ellas solían ser amigas de su madre y se extrañarían de verlos juntos con su cargamento o, peor aún, les preguntarían por una oración de tiempos de la Primera Comunión que ya –a buen seguro- habrían olvidado, lo cual contarían a su hermana mayor y, ésta –¡chivata!- a sus respectivas madres.
Dando un rodeo por la calle Nueva fueron a buscar a Tobías para darle la buena nueva de las ratas, lo que sería más divertido que el futbito en el callejón. Se acercaban al Otro Ejío cuando se les unió a la carrera su inseparable compañero y, bajo la sombra de la Fuente de aquel barrio, espaldas apoyadas a la pared, tramaron qué hacer.
La calentura de la hora reblandeció aquellas cabezas afeitadas casi a cero e hizo forjar los más inverosímiles proyectos: que si soltarlas en algún huerto, que si en un contenedor, que si atarlas con un cable a alguna farola, que si guardarlas para el comienzo del próximo curso, que si soltarlas durante las fiestas del pueblo en pleno auge de La Peña... Pero nada era totalmente viable pues se exponían a duros castigos si los pillaban y el “Pirri” –además- no quería estrenar la nueva, y tremenda, correa que había comprado su padre.
Marcharon los por las afueras con la idea de dejarlas atadas en una zona de frecuente paseo al atardecer y así asustarían al menos a unas cuantas vecinas.
Subieron de nuevo para El Portillo y, buscando el lugar más adecuado, fue cuando lo vieron...

Allí estaba el tío, en bañador, todo fresquito y repatingado con un zumo en la mano. Y allí estaba “ella”: la nueva forastera venida de tierras catalanas, con dieciséis esplendorosos años –decían- que cortaban el hipo y las ganas de cenar a los tres amigos, sin que ellos acertaran nunca a explicar qué relación tenía la cosa biológica con la gastronomía.
Tras el seto del jardín de la casa, ellos al sol, observaron al padre y a su joven hija durante bastante rato hasta que Tobías, algo más mayor, dijo que empezaba a sentir mareos y que se le nublaba la vista. Manolico dijo que eso era lo que sentía su hermano mayor –según contaba- cuando estaba enamorado y que, je, je, a buen seguro que el Tobías ya estaba coladico por la nueva vecina del pueblo...
- ¡No digas cachifollás! –espetó el “Pirri”, algo mosqueado y notando que el tambien empezaba a notar parecidos síntomas y algo que barruntó como celos- Creo que lo que estamos pillando aquí es una solanera de agosto y sin sombrero –sentenció por lo bajini-.
Tobías se estaba quedando blanco por momentos y empezó a decir que quizás era verdad eso de que se estaba enamorando, que lo había leido en alguna revista como uno de los primeros síntomas...
- No entendéis nada de nada –siguió “Pirri”- mi hermana me dijo una vez que cuando uno se enamora no se marea sino que le tiemblan las piernas...
Al oír eso, Tobías que sí, que sí, que era verdad, pues a él ahorita mismo le estaba pasando.
- Me tiemblan las piernas... ¡mirad mis rodillas!...
Era cierto. Un tic nervioso en una de ellas, ya incontenible y que a simple vista se percibía, movía la rodilla izquierda del amigo.
En estas filosofías andaban cuando el tipo del bañador con el zumo, vuelto hacia donde ellos estaban, preguntó:
- ¿Quién anda ahí?...Anda, María, mira tras la valla. Parece que hubiera perros trasteando.
María, la dulce forastera, se levantó de la hamaca de plástico y se acercó hacia donde estaban ocultos los tres amigos...y entonces se dieron cuanta que estaba en bañador.
- ¡Virgen del Rosario! –musitó el “Pirri” todo lívido y viendo como se aproximaba a su escondite.
La joven se asomó al límite del jardín y allí descubrió a los tres jóvenes campeños sentados en el suelo, con un bote de pintura y sudando como locos. No se sabe si por el calor o por la vergüenza del momento.
Cuando pensaban salir corriendo ocurrió lo que menos hubieran esperado y deseado: oyeron una voz que les invitaba a un refresco. Y allí se sentaron los chavales que, sin habla, mareados, presuntas víctimas del sol o del amor, aceptaron beber delante de aquella belleza.
Al cabo de un rato todo iba viento en popa; la tartamudez inicial de Manolico menguó, la palidez de Tobías dio lugar a sonrosados colores en mejillas y cogote, y el mareo del “Pirri” se trastocó en fluida verborrea que no dejaba hablar a nadie. María reía con gracia las ocurrencias de los tres amigos y se mostraba natural con ellos sin importarle –parecía- la diferencia de edad.
Fue entonces cuando el padre se interesó por el bote que no dejaban.
- Es para pintar aquí al lado; así nos ganamos unos dinerillos –acertó a decir uno de ellos- Nos vienen muy bien para salir por la noche de marcha –presumió y redondeó Manolico-.
Pero ya fue tarde: el tipo había abierto la tapa de la lata. Dos hermosas ratas pasaron por entre los pies de la joven venus no sin que antes su padre, debido al susto, derribara la mesa y cayera de cabeza a la piscina.

A María le costó una semana recobrarse de aquello y durante el resto del mes de agosto no les dirigió –ofendida ella- ni la más mínima palabra...a pesar que los tres figuras se hacían los encontradizos en la puerta de los bares o por el Paseo del Portillo arriba, Paseo abajo...

Los últimos días de aquel mes en Castil de Campos fueron un calvario pues descubrieron para colmo que el tipo del zumo, el padre de la criatura por la que suspiraban, sería su nuevo maestro en el curso que comenzaba...
Pero lo que no aguantaban era que desde entonces les llamaron los mayores, con mucha guasa, “los tres enamorados”.

Y así fue, en aquel verano de 1997 en nuestro pueblo cómo tres jóvenes vecinos descubrieron qué duro es ser víctima de las habladurías... y del amor.
de Paco Córdoba

SOSPECHA


Aquel día se despertó con una sensación húmeda sobre la frente: su esposa estaba depositando amorosamente sus labios allá donde hace años nacía su gracioso flequillo. Era un beso tan lento y tierno que se sobresaltó pues no sabía exactamente si ello implicaba otra cosa, el preámbulo de... bueno, Vds. ya me entienden.
Antes de que pudiera reaccionar y fijar la vista para leer el posible mensaje en el fondo de sus ojos oyó una voz que le obligaba a quedarse en la cama con una promesa: “Tú quietecito, que ahora mismo te traigo un café con tostadas como a ti te gustan”. La verdad es que a la voz no le captó ningún matiz irónico, es más, con un susurro puntualizó: “o si lo prefieres me acerco a por churros, cariño”.
¿Tendría fiebre su mujer? No había ido a por churros en su vida. Por otra parte cosa lógica, teniendo en cuenta que el kiosco más cercano estaba a dos kilómetros y medio de casa...

No había terminado de espabilarse cuando, una cara que le sonaba, asomó por la puerta del dormitorio. Cayó en la cuenta que aquel rostro pertenecía su hijo mayor: el gandul de 32 años que vivía en su casa y que pasaban semanas sin que se viesen, bien debido a sus horarios, bien por su trabajo o los estudios... Bueno, era un decir, porque tenía entendido que el hombrecito (término usado por su madre para referirse a esa criatura que le chupaba su sangre, su sueldo y la gasolina de su utilitario) el “hombrecito” repetía por segunda vez el primer curso de la cuarta carrera universitaria que cursaba. Bien, pues el tal vampiro treintañero le saludó con un “¡Buenos días, papá!” que le hizo saltar las lágrimas, y eso que no era muy propenso a ello.
Antes de que se diese cuenta alguien y que dedujeran en casa que ya estaba chocheando hizo como que buscaba algo entre las sábanas y, ocultando la cabeza con la colcha de la cama, respondió desde el fondo de la improvisada cueva protectora de sus emociones con un tembloroso “buenos… días….! ...ejem.”

Cuando su cabeza asomó de nuevo ojeó extrañado la habitación. Un intenso olor a café y a tostadas con mantequilla entraba por la puerta entreabierta. La boca se le empezó a hacer agua con ayuda de esos misteriosos resortes de las papilas degustativas. Se imaginó el pan... ya tostadito y crujiente... con la mantequilla semidesecha por el calor...

Aprovechando que nadie lo veía se pellizcó un brazo. Después una pierna. Y cuando lo estaba haciendo con el lado derecho de su cara por quinta vez una voz de pito con matices conocidos le traspasó el corazón: “Aquí te traigo todo”.
Se trataba de su hija quinceañera, la que hacía meses no le dirigía la palabra. Con razón le sonaba. Aunque consideró que la que en tiempos fué una vocecilla graciosa ahora estaba dando paso a un no se qué lleno de dudosas...cadencias.
La voz de pito, en parte por los cambios de la pubertad y en parte por el tabaco que le sisaba, salía de una hermosa boca cuyos labios estaban atravesados por un percing, como muestra de supuesta rebeldía ante el mundo enemigo de los mayores de los que el formaba ya -irremediablemente- parte.
Por encima de los labios maltratados y la naricilla unos ojos le miraban fijamente demandando una respuesta coherente: “Papi: tienes la cara toda señalada, ¿qué te ha pasado?”
Notó como, de nuevo, los ojos se le humedecían. Ha dicho “papi” –pensó- como cuando era una deliciosa niñita antes de convertirse en un monstruo egoísta, traspasado por agujas y anillos en todos los sitios posibles... “¿Es a mí, hija…?” –le preguntó- “Claro... pero cómete todo esto, papuchi. Y llámame si necesitas algo”.
No podía ser que su hijita hilvanase más de tres palabras seguidas con él... ¡si llevaba cuatro meses, nueve días y dieciséis horas sin hablarle!... En los últimos tiempos sólo conocía de ella los sonidos de “no”, “nunca” y “¿por qué?” y ahora le decía dos frases amables: una con siete palabras y la otra lo menos con nueve...
Era demasiado. ¡Ya está!: los champiñones de anoche estaban haciendo efecto. Los champiñones son al fin y al cabo setas pequeñitas y algunas de estas plantas son alucinógenas y....


La desconcertante mañana estaba transcurriendo maravillosamente. Ni un ruido se oía. Ni el desagradable y contínuo zumbido del móvil de la pequeña en las mañanas de los domingos. Ni la televisión a toda pastilla con los partidos de baloncesto matinales que tanto le gustaban a su hijo. Ni una sola bronca familiar. Ni...
Se había quedado en brazos de Morfeo de nuevo.
Es más, su mujer hasta entornó en algún momento la puerta para que dormitara todo lo que quisiera en esa mañana de ensueño. Incluso depositó sobre la mesilla de noche la interesante novela a medio leer que le había escondido hace meses como represalia –dijo- por no haberle arreglado el video. Junto a ella estaba también un vaso de zumo de naranja fresquito, un paquete enterito de tabaco y las llaves de su coche, cosas dejadas respectivamente por cada miembro familiar...

Eran cerca de las dos de la tarde y notó que su suegra, sorprendentemente, tampoco había llamado por teléfono para cotillear, criticar algo, o bien echarle en cara a su hija el haberse casado con un pasmarote en vez de con aquel otro pretendiente con tanto futuro del Banco Hipotecario.

Todo esto no era habitual. No lo comprendía. Iba contra natura. La lógica de las cosas no cambia tan bruscamente.
Él, que siempre admiró la figura bíblica del santo Job como héroe y paradigma de la paciencia... Él, que nunca se rebeló ante las muchas calamidades hogareñas... Él, ahora, tenía su recompensa por saber aguantar meses de incomprensión.
Su familia en pleno había visto la luz...
Al fin ellos se habían dado cuenta: ni él era el "pasmarote" que le atribuía su histérica suegra, ni el "negrero" con que le designaba su vago hijo, ni el “picoleto” guardián de su niña y, ni mucho menos, el “don nadie” que decía su esposa...
De ser un personaje histórico al que se debería parecer, más bien era a Mahatma Gandhi... Cierto que en un ámbito más sencillo, más familiar, más dominguero...

Porque era domingo. Domingo. De enero. Una fecha y una sospecha cruzaron rápidamente su mente: Domingo 6, Día de Reyes… .¡Ay, claro: los regalos…!


de Paco Córdoba


martes, 18 de marzo de 2008

MATRIMONIO

Aquel día, desde que se despertó, sintío una señal, tuvo como un presentimiento. No es que hubiera dormido excesivamente mal, no, es que sentía una premonición, aunque no podía –como últimamente era costumbre- concretarla en nada.
Desde que se removió temprano en la cama notó como un silencio aplastante envolvía la habitación. Él, hombre precavido al cabo de tantos años de matrimonio, procuró no rascarse la buena barriga que estaba criando amorosamente ni la punta del pié que, como todas las madrugadas le picaba, cosa que atribuía ya a los nervios.
Su soberana esposa -soberana, porque era la reina de la casa, la que manda- se levantó contra su costumbre silenciosamente. Su porte bamboleante atravesó las penumbras en que el dormitorio matrimonial aún estaba sumido y entró en el baño. El esposo recuperó por unos minutos el espacio de cama al que tenía derecho pero que nunca reivindicaba por puro miedo, por lo que dormía prácticamente al borde del precipicio, cosa que ya le había acarreado algunos disgustos, sustos nocturnos e incluso una luxación de muñeca al caerse en más de una noche fría de invierno...

Maruja trajinaba ya en la cocina cuando el cabeza de familia decidió levantarse y abandonar con pena el lecho matrimonial que, ahora, era plenamente suyo. “Vaya ser que me levante la voz y ya tenemos el día” –pensó-. Se miró en el espejo del cuarto de baño y, cuando estaba enjabonándose, se percató de que su calva parecía más grande, cosa que le sucedía todos los días.
Rechazando tan deprimentes pensamientos abrió el armarito y, cual alud alpino, todo un conjunto de botes, peines, colonias, cremas, etc, etc. cayeron sobre su despejada –de pelo, claro- cabeza. Temió oir la voz irritada de Maruja reprochándole que ya había tirado otra vez todas sus cosas. Pero ni un ruido se oyó.
El intuía que ella atiborraba a cosa hecha el pequeño armario de objetos para que, cada mañana, todos se cayeran. Antes sucedía de vez en cuando, pero en la última semana era cosa de todos los días; es más: en los tres últimos días sucedía mañana, tarde y noche, cosa que le deprimía sin poderlo remediar. Pero esa parcela matrimonial estaba perdida desde hacía años. El baño aquel no era suyo; todo recordaba a Maruja.
Sí, fue la primera derrota, el primer abandono hasta su actual trinchera de los 50 centímetros de cama; lo único que verdaderamente poseía.

Cuando entró en la cocina bebió rápidamente, de un solo trago, el café que ya tenía en la mesa. Sin mover un solo músculo aguantó estóicamente que el líquido llegara hasta el estómago y allí se removió. Y cuanto iba a comentar bajito que el café estaba helado su esposa le tiró encima una cazuela de agua hirviendo con un movimiento más que sospechoso...
Sin oir apenas excusa por su parte y escaldado como estaba, se cambió de ropa pues se hacía tarde para el trabajo. Abrió el armario y no encontró nada propio que ponerse pues ella utilizaba últimamente sus jerseys, por lo que tuvo que coger una llamativa camisa de flores: horribles amapolas, hortensias, etc. que le regaló la suegra a su hija y un jersey con tantos lavados que encogió unas ocho tallas.

Así, humillado y con prisa, salió de casa sin decir ni palabra nuestro héroe. Arrancó el utilitario pagado a plazos y se introdujo en la vorágine del tráfico urbano de la gran ciudad. Sabía que tres semáforos más y, girando a la izquierda, huiría de los atascos. Estaba en el segundo de ellos cuando el cochecito, suavemente, se paró en medio de la avenida de seis carriles.
No arrancaba: Maruja, Marujita, lo había dejado sin gasolina. Aguantó improperios de –seguramente- esposos tan irritados como él atrapados en el tráfico matutino y, tuvo que empujar exactamente 680 metros el vehículo hasta la gasolinera más próxima pues un guardia urbano, seguramente también casado, no permitió que allí lo dejara. Y tras llenar el depósito, descubrió que lo habían dejado sin dinero. Su cartera estaba limpia...por su querida esposa.

Llegó a pensar que Maruja se estaba comportando raramente en los últimos días. Sabía que el matrimonio no andaba bien pero...
Andando hasta la oficina cayó en la cuenta que los últimos incidentes se repetían en las últimas horas: el gas abierto cuando estaba adormilado en su butaca, la mercromina en el bocadillo de atún con tomate, los garbanzos en los zapatos, las setas en mal estado, el dejarle encerrado en el cuarto de baño e irse de casa tranquilamente de compras y hasta quemarle el periódico –"accidentalmente", dijo- cosa que le chamuscó la barba, único recuerdo de su rebelde juventud...

No, no, todo eso no podía ser fruto de la casualidad. Maruja no solamente no le quería; lo que intentaba es asesinarle, acabar con él, mandarlo a un asilo en el mejor de los casos.
Pero... ¿por qué? No era posible que todo se hubiera ido al carajo tan rápido, en tan pocos días. La última semana estaba resultando de auténtica locura.
Recordó artículos leídos sobre esposas que poco a poco habían ido envenenando a sus maridos o que, simulando accidentes domésticos, se habían desembarazado de sus cónyuges. Un frío y una gran lástima de sí mismo le invadió.
El, paciente y cada vez más gordo esposo, no se merecía eso. Cierto era que la suegra procuraba prudentemente mantenerla alejada de su hogar y que tenía algunos ahorros, pero aquello no era suficiente motivo como para quitarle de en medio. Hablando se entiende la gente y, Maruja tan habladora, llevaba días sin decirle ni palabra casi.


Las horas en la oficina pasaron rápidas entre tristes pensamientos y fúnebres presagios. Ni siquiera dio importancia a los comentarios jocosos de sus compañeros sobre la floreada camisa que llevaba aquel día.

Sólo empezó a ver la luz cuando, camino de vuelta a casa, recordó que Maruja, hoy, precisamente hoy, cumplía 40 años y él lo había olvidado. Entonces sonrió.


de Paco Córdoba