viernes, 11 de abril de 2008

MÍA

La tengo en el bote.
Sé que ha disimulado cuando vió cómo le remiraba. Seguramente se ha sentido muy halagada y hasta deseada. A pesar de la música y ser madrugada creo saber que todas vienen a lo mismo. Cuando me acerqué le dije que ya lo sabía y que lo de menos era el concierto de aquel bar. Me miró de arriba abajo, sorprendida, y creo que me puntuó de notable para arriba. Arqueó las cejas y después sonrió.
Le seguí su juego y me aproximé más. Mis dedos llegaron a acariciar, como de paso, su cintura. Verdaderamente de cerca era toda una hembra. Ella no sabía aún que sería mía. A pesar del ambiente y que evidentemente le gustaba, actuó como si nada.
Yo pasé a la segunda parte de mi plan tantas veces meditado como macho experto: me puse más cerca para admirar la suave curvatura de sus hombros al descubierto y pude oler la fragancia de su linda melena negra.
Nuestros hijos –pensé- serían perfectos. Y guapos. Uno, el mayor, se llamará Mario y las dos niñas Tere y Pili. Bueno, mejor tres, con Vanesa. Pensaba hacerle una confidencia al oído del tipo “nena: hemos nacido el uno para el otro” cuando, en un movimiento inesperado se acercó a la barra, brazo en alto, gesticulando pues a buen seguro querría invitarme para celebrarlo…
Y el “otro”, un armario de cerca de uno noventa que dijo ser su marido, me sacó a la fría calle sin contemplaciones.




de Paco Córdoba.