La conocí hace unas semanas y desde entonces siempre anduvimos juntos como si nada. Pregunté a mis compañeros más cercanos si su comportamiento era el normal y me dijeron que tuviera paciencia, que fuera comprensivo, que llegaría a conocer sus labios incluso pues habían observado cómo miraba a otros. No me podía creer que ella rebosara deseo y no supe si ellos me lo decían simplemente para animarme.
Últimamente me rozó varias veces con sus finos dedos pero, tras unos segundos de duda, continuó como si nada. Es precisamente ese anormal comportamiento suyo el que me ponía nervioso. Ya nos había pasado varias veces y lo cierto es que yo secretamente, cada vez más, deseaba su cercanía, su proximidad. Estas situaciones absurdas se repetían normalmente al salir juntos de clase.
Digo que se repetían… hasta hoy.
Hoy, al anochecer y salir de Secundaria la encontré algo nerviosa pero intuí por sus movimientos que ella ya se había decidido al fin. Y así fué. Y quizás en el lugar menos indicado. Y a la vista de todos: ¡en la calle! Quién lo diría. Me sentí orgulloso.
Hoy, ella, tras mirarme de una forma especial y apretarme, me acercó bruscamente a sus labios. Y me sonrió. Un rubor me invadió y me sentí arder.
Me tachareis de misógino o machista, pero con las mujeres ya se sabe: cambian pronto de parecer. Os diré que estoy quemado, consumido y que si a eso se redujo nuestra más íntima relación puede decirse que fue corta, muy corta.
Vergüenza me da contaros que, tras un rato de hablar ella sola, me dejó allí tirado. Y llamándome colilla de mierda. Como lo que soy.