Las hojas rotas yacían esparcidas por el suelo tras el último ataque de ira. Instantes después oyó el esperado portazo. La casa retembló. Notó que un silencio invadía todo y que se expandía poco a poco por la vivienda, cosa que, en su fuero interno, agradeció.
Permaneció quieta, sentada en la silla de la cocina, atontada, confusa y con la cara ardiéndole de la bofetada que le había propinado su marido.
Sorprendida y estupefacta, no tenía ni fuerzas para llorar. Además le zumbaba el oído izquierdo. Un simple libro había desencadenado hoy la madrugadora violencia de Julián antes de marcharse al trabajo.
Miraba las migas de pan extendidas sobre la mesa y la tostada apenas terminada, tirada también en el suelo junto a los pies del frigorífico y, contra costumbre, no se movió para recoger nada. Notó entonces una humedad en la manga y descubrió que la tenía empapada de café: Julián se lo había tirado encima y, de tan asustada que estaba de la mirada de ira que le lanzó, no se había dado ni cuenta.
Su mente vagó por los cambios que su vida estaba sufriendo. Nada era como ella había imaginado, a pesar de una serie de avisos.
Repasó las últimas semanas y se dió cuenta que la cosa iba a peor. Ella se dijo que aguantaba por consejo explícito de su madre: “ten paciencia, hija, Julián estará pasando una mala racha”. Pero no. No era una racha. Ni era solo por su madre. Ahora veía que la cosa venía de lejos.
Sorprendida y estupefacta, no tenía ni fuerzas para llorar. Además le zumbaba el oído izquierdo. Un simple libro había desencadenado hoy la madrugadora violencia de Julián antes de marcharse al trabajo.
Miraba las migas de pan extendidas sobre la mesa y la tostada apenas terminada, tirada también en el suelo junto a los pies del frigorífico y, contra costumbre, no se movió para recoger nada. Notó entonces una humedad en la manga y descubrió que la tenía empapada de café: Julián se lo había tirado encima y, de tan asustada que estaba de la mirada de ira que le lanzó, no se había dado ni cuenta.
Su mente vagó por los cambios que su vida estaba sufriendo. Nada era como ella había imaginado, a pesar de una serie de avisos.
Repasó las últimas semanas y se dió cuenta que la cosa iba a peor. Ella se dijo que aguantaba por consejo explícito de su madre: “ten paciencia, hija, Julián estará pasando una mala racha”. Pero no. No era una racha. Ni era solo por su madre. Ahora veía que la cosa venía de lejos.
Y hoy, ahora, por primera vez, le había puesto la mano encima. Le dolía la cara pero más aún que ni siquiera podía buscar consuelo en sus amigas. ¿Cuáles? Desde hace años no tenía verdaderamente ninguna; Julián se había encargado de ello. Desaparecieron casi sin darse cuenta.
Y amigos, amigos de verdad, apenas tuvo por los celos que en él despertaban y que ella -estúpidamente muy orgullosa- atribuía al gran cariño de su entonces novio.
Las primeras que perdió fueron las de su clase, con la excusa que era mejor salir solos. Luego, sus dos amigas de toda la vida, con las que gustaba tanto salir a bailar y que la enemistó con ellas: “son unas envidiosas porque tú te has casado y ellas aún no”.
Tuvo alguna esperanza cuando salieron unas tardes con los compañeros de trabajo de Julián y sus parejas. Ellas le parecieron algo sosas y apenas hablaban nada más que tonterías y cotilleos de revistas y, además, callaban cuando hablaban ellos. Sin embargo, tras varias citas del grupo, fué Julián quien alegó no salir más juntos pues se empeñó en que sus compañeros “le devoraban con la mirada” –eso dijo.
Las primeras que perdió fueron las de su clase, con la excusa que era mejor salir solos. Luego, sus dos amigas de toda la vida, con las que gustaba tanto salir a bailar y que la enemistó con ellas: “son unas envidiosas porque tú te has casado y ellas aún no”.
Tuvo alguna esperanza cuando salieron unas tardes con los compañeros de trabajo de Julián y sus parejas. Ellas le parecieron algo sosas y apenas hablaban nada más que tonterías y cotilleos de revistas y, además, callaban cuando hablaban ellos. Sin embargo, tras varias citas del grupo, fué Julián quien alegó no salir más juntos pues se empeñó en que sus compañeros “le devoraban con la mirada” –eso dijo.
Lo recuerda perfectamente: aquella noche tuvieron una bronca mayúscula al llegar a casa y le gritó que ella había estado toda la tarde provocándolos y que eso no podía ser. Que era una golfa.
Sí: toda una serie de señales le estuvieron avisando y ella no les hizo caso. Atrapada concluyó que su mundo se estaba reduciendo a su casa, a pasar una y otra vez la bayeta y quitar el polvo, soñando la llegada de su esposo. ¿Tendría ella la culpa?
Sí: toda una serie de señales le estuvieron avisando y ella no les hizo caso. Atrapada concluyó que su mundo se estaba reduciendo a su casa, a pasar una y otra vez la bayeta y quitar el polvo, soñando la llegada de su esposo. ¿Tendría ella la culpa?
La verdad es que nunca le había gustado mucho estudiar ni había sido una estudiante de Graduado brillante. Ya lo decía Julián cuando la recogía a las puertas del instituto: “Sonia, tú no vales para esto mujer”. El insistía en que tenía un buen trabajo en el taller y que no necesitarían más dinero.
Quizás fueron varias causas juntas las que contribuyeron a dejar los estudios y decidirse a casarse rápido. De paso no oiría mas la cantinela de su padre que siempre que traía un suspenso le recalcaba que Julián era un buen partido y amenazaba con el consabido “como no espabiles te quedarás para vestir santos”. Sin embargo su madre callaba.
El caso es que, tras los escasos meses de casados, cada vez que ella tenía una iniciativa de estudiar algo, por mínima que fuera, siempre le quitaba Julián las ganas. Quiso aprender inglés en una academia y le dijo que eso sería tirar dinero pues “siempre había sido una inútil”.
El caso es que, tras los escasos meses de casados, cada vez que ella tenía una iniciativa de estudiar algo, por mínima que fuera, siempre le quitaba Julián las ganas. Quiso aprender inglés en una academia y le dijo que eso sería tirar dinero pues “siempre había sido una inútil”.
Poco después no le dejó asistir gratuitamente a un curso de informática en el Centro de Educación Permanente de Adultos pues “eso no es para torpes” –matizó irónicamente- y que “¿para qué? si ni siquiera tenían ordenador”.
Temiendo una nueva negativa no había intentado nada nuevo con tal de evitar una bronca y la vergüenza por las voces que solo un pequeño proyecto suyo provocaba.
Se sentía triste, vacía, inútil, deprimida; notaba que la casa se le caía encima.
Y reconoció que ya no le quería.
Y lo peor es que tenía miedo. Le tenía miedo. Miedo a él. Miedo al que desde hace escasos meses era su marido. Miedo a su compañero. Miedo a Julián. Cayó en la cuenta que primero fue un miedo difuso a su mirada pero ahora el miedo se concretaba en sus -como él los llamaba pidiéndole perdón- prontos explosivos. ¿Cómo había llegado a eso?
Miró con desgana las hojas esparcidas en el suelo. Julián había destrozado las hojas del libro con que la había descubierto: un simple Manual de Tráfico. El había intuido “otro estúpido proyecto” suyo –como siempre los denominaba. Unos cuantos dibujos resaltaban a todo color: eran las triangulares que señalan peligro. Peligro...
Y lo peor es que tenía miedo. Le tenía miedo. Miedo a él. Miedo al que desde hace escasos meses era su marido. Miedo a su compañero. Miedo a Julián. Cayó en la cuenta que primero fue un miedo difuso a su mirada pero ahora el miedo se concretaba en sus -como él los llamaba pidiéndole perdón- prontos explosivos. ¿Cómo había llegado a eso?
Miró con desgana las hojas esparcidas en el suelo. Julián había destrozado las hojas del libro con que la había descubierto: un simple Manual de Tráfico. El había intuido “otro estúpido proyecto” suyo –como siempre los denominaba. Unos cuantos dibujos resaltaban a todo color: eran las triangulares que señalan peligro. Peligro...
Era una señal: hasta aquellos papeles se lo decían.
Entonces lentamente se levantó. Su vida era una mierda. Así no podía seguir. Nunca más. Y decidió terminar.
En el fregadero las tijeras de cortar pescado le llamaban. Las cogió. Decidió hacer uso de ellas con pulso firme, despacito. Seguro que a ella no le dolería tanto como a él.
Sonia se fué. Como despedida solo dejó un escrito en un papel.
………
Al anochecer de ese mismo día Julián entró en la silenciosa casa y se encaminó a la cocina. Abrió la puerta y, sorprendido por el desorden, notó que le volvía de nuevo la ira. Llamó varias veces a gritos a Sonia sin obtener contestación. A gritos le exigía que limpiara y le pusiera la cena, como todos los días.
Seguía maldiciéndole en voz alta cuando vió algo rojo sobre el fondo blanco de la mesa.
En un STOP enmarcado en un triángulo rojo, pulcramente recortado y del tamaño de media página, Sonia había escrito: “DE AQUÍ NO PASO. Me marcho, he llegado demasiado lejos. Pienso sacarme el carnet de conducir. Y te aseguro que volveré a estudiar”.
Entonces lentamente se levantó. Su vida era una mierda. Así no podía seguir. Nunca más. Y decidió terminar.
En el fregadero las tijeras de cortar pescado le llamaban. Las cogió. Decidió hacer uso de ellas con pulso firme, despacito. Seguro que a ella no le dolería tanto como a él.
Sonia se fué. Como despedida solo dejó un escrito en un papel.
………
Al anochecer de ese mismo día Julián entró en la silenciosa casa y se encaminó a la cocina. Abrió la puerta y, sorprendido por el desorden, notó que le volvía de nuevo la ira. Llamó varias veces a gritos a Sonia sin obtener contestación. A gritos le exigía que limpiara y le pusiera la cena, como todos los días.
Seguía maldiciéndole en voz alta cuando vió algo rojo sobre el fondo blanco de la mesa.
En un STOP enmarcado en un triángulo rojo, pulcramente recortado y del tamaño de media página, Sonia había escrito: “DE AQUÍ NO PASO. Me marcho, he llegado demasiado lejos. Pienso sacarme el carnet de conducir. Y te aseguro que volveré a estudiar”.