viernes, 28 de noviembre de 2008

AVISOS Y SEÑALES

Las hojas rotas yacían esparcidas por el suelo tras el último ataque de ira. Instantes después oyó el esperado portazo. La casa retembló. Notó que un silencio invadía todo y que se expandía poco a poco por la vivienda, cosa que, en su fuero interno, agradeció.
Permaneció quieta, sentada en la silla de la cocina, atontada, confusa y con la cara ardiéndole de la bofetada que le había propinado su marido.

Sorprendida y estupefacta, no tenía ni fuerzas para llorar. Además le zumbaba el oído izquierdo. Un simple libro había desencadenado hoy la madrugadora violencia de Julián antes de marcharse al trabajo.

Miraba las migas de pan extendidas sobre la mesa y la tostada apenas terminada, tirada también en el suelo junto a los pies del frigorífico y, contra costumbre, no se movió para recoger nada. Notó entonces una humedad en la manga y descubrió que la tenía empapada de café: Julián se lo había tirado encima y, de tan asustada que estaba de la mirada de ira que le lanzó, no se había dado ni cuenta.

Su mente vagó por los cambios que su vida estaba sufriendo. Nada era como ella había imaginado, a pesar de una serie de avisos.

Repasó las últimas semanas y se dió cuenta que la cosa iba a peor. Ella se dijo que aguantaba por consejo explícito de su madre: “ten paciencia, hija, Julián estará pasando una mala racha”. Pero no. No era una racha. Ni era solo por su madre. Ahora veía que la cosa venía de lejos.
Y hoy, ahora, por primera vez, le había puesto la mano encima. Le dolía la cara pero más aún que ni siquiera podía buscar consuelo en sus amigas. ¿Cuáles? Desde hace años no tenía verdaderamente ninguna; Julián se había encargado de ello. Desaparecieron casi sin darse cuenta.
Y amigos, amigos de verdad, apenas tuvo por los celos que en él despertaban y que ella -estúpidamente muy orgullosa- atribuía al gran cariño de su entonces novio.

Las primeras que perdió fueron las de su clase, con la excusa que era mejor salir solos. Luego, sus dos amigas de toda la vida, con las que gustaba tanto salir a bailar y que la enemistó con ellas: “son unas envidiosas porque tú te has casado y ellas aún no”.

Tuvo alguna esperanza cuando salieron unas tardes con los compañeros de trabajo de Julián y sus parejas. Ellas le parecieron algo sosas y apenas hablaban nada más que tonterías y cotilleos de revistas y, además, callaban cuando hablaban ellos. Sin embargo, tras varias citas del grupo, fué Julián quien alegó no salir más juntos pues se empeñó en que sus compañeros “le devoraban con la mirada” –eso dijo.
Lo recuerda perfectamente: aquella noche tuvieron una bronca mayúscula al llegar a casa y le gritó que ella había estado toda la tarde provocándolos y que eso no podía ser. Que era una golfa.

Sí: toda una serie de señales le estuvieron avisando y ella no les hizo caso. Atrapada concluyó que su mundo se estaba reduciendo a su casa, a pasar una y otra vez la bayeta y quitar el polvo, soñando la llegada de su esposo. ¿Tendría ella la culpa?
La verdad es que nunca le había gustado mucho estudiar ni había sido una estudiante de Graduado brillante. Ya lo decía Julián cuando la recogía a las puertas del instituto: “Sonia, tú no vales para esto mujer”. El insistía en que tenía un buen trabajo en el taller y que no necesitarían más dinero.
Quizás fueron varias causas juntas las que contribuyeron a dejar los estudios y decidirse a casarse rápido. De paso no oiría mas la cantinela de su padre que siempre que traía un suspenso le recalcaba que Julián era un buen partido y amenazaba con el consabido “como no espabiles te quedarás para vestir santos”. Sin embargo su madre callaba.

El caso es que, tras los escasos meses de casados, cada vez que ella tenía una iniciativa de estudiar algo, por mínima que fuera, siempre le quitaba Julián las ganas. Quiso aprender inglés en una academia y le dijo que eso sería tirar dinero pues “siempre había sido una inútil”.
Poco después no le dejó asistir gratuitamente a un curso de informática en el Centro de Educación Permanente de Adultos pues “eso no es para torpes” –matizó irónicamente- y que “¿para qué? si ni siquiera tenían ordenador”.
Temiendo una nueva negativa no había intentado nada nuevo con tal de evitar una bronca y la vergüenza por las voces que solo un pequeño proyecto suyo provocaba.
Se sentía triste, vacía, inútil, deprimida; notaba que la casa se le caía encima.
Y reconoció que ya no le quería.

Y lo peor es que tenía miedo. Le tenía miedo. Miedo a él. Miedo al que desde hace escasos meses era su marido. Miedo a su compañero. Miedo a Julián. Cayó en la cuenta que primero fue un miedo difuso a su mirada pero ahora el miedo se concretaba en sus -como él los llamaba pidiéndole perdón- prontos explosivos. ¿Cómo había llegado a eso?

Miró con desgana las hojas esparcidas en el suelo. Julián había destrozado las hojas del libro con que la había descubierto: un simple Manual de Tráfico. El había intuido “otro estúpido proyecto” suyo –como siempre los denominaba. Unos cuantos dibujos resaltaban a todo color: eran las triangulares que señalan peligro. Peligro...
Era una señal: hasta aquellos papeles se lo decían.

Entonces lentamente se levantó. Su vida era una mierda. Así no podía seguir. Nunca más. Y decidió terminar.

En el fregadero las tijeras de cortar pescado le llamaban. Las cogió. Decidió hacer uso de ellas con pulso firme, despacito. Seguro que a ella no le dolería tanto como a él.

Sonia se fué. Como despedida solo dejó un escrito en un papel.


………


Al anochecer de ese mismo día Julián entró en la silenciosa casa y se encaminó a la cocina. Abrió la puerta y, sorprendido por el desorden, notó que le volvía de nuevo la ira. Llamó varias veces a gritos a Sonia sin obtener contestación. A gritos le exigía que limpiara y le pusiera la cena, como todos los días.

Seguía maldiciéndole en voz alta cuando vió algo rojo sobre el fondo blanco de la mesa.

En un STOP enmarcado en un triángulo rojo, pulcramente recortado y del tamaño de media página, Sonia había escrito: “DE AQUÍ NO PASO. Me marcho, he llegado demasiado lejos. Pienso sacarme el carnet de conducir. Y te aseguro que volveré a estudiar”.

sábado, 22 de noviembre de 2008

OLVIDOS

La idea que hace años me llevé de ella es que era una persona insegura. No es que estuviéramos juntos mucho tiempo, no. Apenas un mes y unas cuantas semanas, no más. Pero yo llegué a conocerla bien. Y ella en cambio a mí, no. Como toda relación la nuestra tuvo sus altibajos y eso a pesar que nos veíamos todas las noches un par de horas.

Dije que ella era una persona insegura pues cuando me conoció acababa de cumplir los 18. Lo sé porque cuando nos vimos por primera vez fué con motivo de su cumpleaños. Recalco lo de insegura e inmadura pues cambiaba a menudo de opinión y se dejaba influir por cualquiera. Y así nos fue.

Lo de insegura era propio de la edad y se veía a la legua: ella era unas veces morena y otras veces rubia, unas con pircings y otras sin ellos. Y físicamente, en conjunto -la verdad- más bien normalita, del montón. Pero reconozco que en esa edad, para los jóvenes, el físico es muy importante.
Y no es que yo fuera en eso especialmente gran cosa. Pareció no importarle que fuera serio pero... lo que nunca aguantó es que yo fuera gordo. No, nunca me lo dijo directamente pero cuando hablaba con sus amigas algunas veces se lo oí comentar. Creo que aquello en el fondo le afectaba pues en su inmadurez nunca captó del todo mi interior.

Enfín, suena a excusa, pero siempre intuí que mi físico incluso le echaba para atrás. Ahora que lo pienso... creo que siempre me trató bruscamente... y con algo de desdén. Y siempre tenía prisa. Conmigo. Siempre. De todas formas, cuando la cosa acabó, cuando me abandonó por otro, yo siempre conservé alguna esperanza. Pero, con el paso de los años, estoy seguro que me olvidó.

En el fondo siempre hemos estado cerca pero ella nunca me volvió a ver. En cambio yo la he visto casi a diario pasar con otros. Pero no me importa: no me considero exclusivo, lo entiendo. Y también he visto cómo crecía y se hacía mujer. Yo, al cabo de los años, básicamente sigo siendo el mismo. Más viejo, claro, pero con las mismas ideas. Ella sin embargo está cada vez más guapa. E intuyo que también ha madurado.
¡Ah!.. Siempre me gustaron sus manos y sus ojos.

Han sido precisamente sus ojos los que hoy, por sorpresa, se han fijado de nuevo en mí. Creo que me ha reconocido y se ha acercado. Yo como costumbre me he quedado quieto pues soy así. Sonriendo ha extendido sus manos y me ha cogido.

Hoy me ha sacado de nuevo de la estantería de su biblioteca. La cosa promete.

jueves, 20 de noviembre de 2008

RELACIONES CORTAS

La conocí hace unas semanas y desde entonces siempre anduvimos juntos como si nada. Pregunté a mis compañeros más cercanos si su comportamiento era el normal y me dijeron que tuviera paciencia, que fuera comprensivo, que llegaría a conocer sus labios incluso pues habían observado cómo miraba a otros. No me podía creer que ella rebosara deseo y no supe si ellos me lo decían simplemente para animarme.

Últimamente me rozó varias veces con sus finos dedos pero, tras unos segundos de duda, continuó como si nada. Es precisamente ese anormal comportamiento suyo el que me ponía nervioso. Ya nos había pasado varias veces y lo cierto es que yo secretamente, cada vez más, deseaba su cercanía, su proximidad. Estas situaciones absurdas se repetían normalmente al salir juntos de clase.
Digo que se repetían… hasta hoy.

Hoy, al anochecer y salir de Secundaria la encontré algo nerviosa pero intuí por sus movimientos que ella ya se había decidido al fin. Y así fué. Y quizás en el lugar menos indicado. Y a la vista de todos: ¡en la calle! Quién lo diría. Me sentí orgulloso.
Hoy, ella, tras mirarme de una forma especial y apretarme, me acercó bruscamente a sus labios. Y me sonrió. Un rubor me invadió y me sentí arder.

Me tachareis de misógino o machista, pero con las mujeres ya se sabe: cambian pronto de parecer. Os diré que estoy quemado, consumido y que si a eso se redujo nuestra más íntima relación puede decirse que fue corta, muy corta.

Vergüenza me da contaros que, tras un rato de hablar ella sola, me dejó allí tirado. Y llamándome colilla de mierda. Como lo que soy.